31 de octubre de 2016
Hijo de inmigrantes italianos, siendo menor de edad fue el
primero en volar en esta ciudad. Después afrontó, con sonrisa de héroe, las
andanzas de sangre de la guerra. En defensa de Italia, la patria de sus mayores,
peleó desde el aire con vigor y valentía
en el frente de batalla, también
participó de la lucha romántica siendo capaz de atravesar las siniestras
trincheras en medio del fulgor de la metralla para batirse con el enemigo solo
por una cuestión de honor, o para arrojar flores sobre la tumba de un compañero
muerto.
Vida legendaria la suya, vivida intensamente en el azul de
los cielos. Hecha de peligros sorteados, de tragedias soslayadas, de actos
heroicos, de sacrificios grandes, como el vuelo Nueva York-Buenos Aires,
realizado con Bernardo Duggan y Julio Campanelli, con el solo afán de desafiar
lo desconocido en una trayectoria de epopeya que vivió horas de gloria en el
corazón de las multitudes. Horas de júbilo, de esperanza y también de ansiedad
y congoja, que encendieron el fervor y suscitaron la expectativa de América
toda, mientras desataban el aplauso entusiasta y hacían correr la lágrima
solidaria.
Sabía Olivero que la muerte le aguardaba en la inmensidad
del cielo y levantaba vuelo para vencerla. Para hacerle un guiño y alejarse de
ella. Aunque ella, a veces -como un día trágico sobre la Plaza Independencia de
Tandil- en medio de un relámpago de horror y fuego le grabó en el rostro, en el
pecho y en las manos, a manera de trofeos de guerra, las cicatrices imborrables
de su arrojo.
Vida pintoresca y magnífica, vigorosa la suya. Temeraria, casi salvaje, enérgica y pujante. Sobrehumana en el esfuerzo de apartar nubes con su pecho cara a cara con la muerte. Su gloria, su coraje, su epopeya de medio siglo por los cielos de América y de Europa, dejaron las huellas imborrables de inenarrables hazañas que perviven a través de los tiempos.
Juan R. Castelnuovo (Sec.)
Comodoro Raul A. Diaz (Presidente)
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