18 de enero de 2025
El encuentro con dos vecinos de Tandil que sonaban como una canción de Serrat: "Tenía un cielo azul, un jardín de adoquines, y una historia a quemar temblándome en la piel..."
por
Noelia, de Tandil A Gusto
En un casi
monótono día de semana, me encontraba yendo y viniendo, buscando " la nota". Algo puntual que
había planeado escribir, pero como muchas veces sucede, los planes escapan a lo
premeditado. Me preguntaba si estaba buscando en los lugares correctos, y si
estaba forzando sutilmente la situación. El calor de la ciudad no ayudaba y me encontraba
un poco desanimada.
Fue cuando al
doblar la esquina en auto, y continuando la calle, algo plagado de colores me
atrapó por completo y tuve que mirar sin ningún disimulo. Y cuando digo ningún
disimulo, lo digo literalmente teniendo en cuenta que dejé escapar un ¡Wau! en
plena calle, con mi cabeza completamente torcida y maravillada de ver ese jardín invadido de flores de amplios
colores. Había dos personas en el fondo del jardín, sentadas, observando mi
reacción, pero a ellas las vi luego de largar mi onomatopeya a los cuatro
vientos.
Supe al
instante que era allí, estaba decidida a dar la vuelta y encontrarme en su
puerta de nuevo, y eso fue lo que hice. Lo curioso es que al volver y acercarme
al pequeño portal que estas personas tenían, diviso que la mujer que acompañaba
al hombre que disfrutaba de una tarde más en su "edén", ya estaba acercándose a la pequeña puerta sabiendo
que yo iba a volver. La sensación fue casi mágica.
Me pregunté: ¿Cómo lo sabía?
Y entonces me dijo:
"Te escuchamos reaccionar cuando
viste las flores". Ella tenía una gran sonrisa, se presentó diciendo
"Soy Cristina" y me llevó en su caminito envuelto en largas y
coquetas flores. Presentó a su esposo Héctor, que permanecía inmóvil en la
silla blanca. Creo que él, se preguntó que hacía yo allí. Inmediatamente
expliqué el motivo por el cual yo había entrado con descaro y les pregunté si
estaban interesados en que yo tome fotos y cuente su historia. La mujer miraba
al esposo inquietamente, buscando su respuesta. Fue cuando mirando su jardín,
Héctor dijo: "Volvé mañana a la
misma hora".
Al otro día,
llegamos expectantes. Héctor se encontraba sentado en el mismo lugar,
esperándonos. Su mujer salió de la casa, con la misma enorme sonrisa que el día
anterior. Héctor nos contó acerca de su historia, de que proviene de una familia de floristas: Su madre, su
padre, su hermana y él trabajaron muchos años vendiendo flores a distintos
lugares. Evocaban juntos la historia de la casa, y sus paredes en parte construidas con barro, con una mítica difícil
de describir. Cristina nos contaba acerca de su eterno vínculo con su amada
quinta. Me mostraba distintas fotos de cosechas de variadas verduras, y hablaba
sobre su pasión por el campo. Siendo la séptima hermana de una familia
numerosa, brotaba en ella, un sentido de trabajo muy férreo.
Héctor, nacido en la casa, sonreía mostrándonos
distintos árboles frutales de su patio trasero. Muy amablemente, nos mostró
parte del increíble mobiliario que tiene hecho en cemento, pero pintados de un
modo que parecían muebles hechos de madera. Fue algo sorprendente.
Narraban sobre
el duro trabajo realizado por ambos a lo largo de su vida y de cómo las flores
siempre estuvieron allí, junto a ellos. Comentaban que la vida se ha
transformado y que ya casi no hay tiempo para dedicarse a las cosas simples de
la vida, como cuidar y proteger los jardines. Sonreían recordando la compra de
un tractor; "ella me animó a comprarlo" dijo
Héctor.
Los escuchaba
y percibía la importancia para ellos, de mantener una vida rodeados de
naturaleza y por, sobre todo, de compañerismo. Héctor describía vívidamente,
sus largos años en el campo hasta encontrar a su compañera. Se detuvo por un
instante, miró a su esposa con ternura y dijo:
"La vida me dio este regalo, ella es el regalo
más importante de mi vida".
Volví a casa
extasiada, pensando en la confianza que Héctor y Cristina habían depositado en
mí, al mostrarme su mundo. Reflexionaba, sobre todo lo que estas personas nos
brindan, y cuánto tienen para enseñarnos. Están allí, algunas veces, a la
vuelta la esquina.
Eternamente agradecida con ustedes, Héctor y
Cristina. Conocerlos, acrecentó mi convicción de que todavía hay personas que
sí veneran las simplezas de la vida.
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