17 de septiembre de 2020
Este jueves, se confirmó la noticia del fallecimiento de Alberto
Luis Basso, a sus 89 años, por coronavirus.
Conocido en la ciudad como "Basso Café, Café", en 2016 El
Diario de Tandil charló con él y esa conversación quedó plasmada en nuestra
sección "Personajes de Tandil".
En su memoria, recordamos esa nota.
EL CAFÉ INOLVIDABLE
Por Mauro Carlucho
Alberto Luis Basso
recorrió la ciudad incansablemente durante 45 años. Fue el socio oportuno en las
noches de frío y el recreo merecido en la mañana de oficina. Alegre, enamorado,
siempre tenía la palabra oportuna para dibujar una sonrisa en el cliente. El
cafetero del pueblo, un personaje para recordar.
Nació en el año 1931 en la ciudad de Paraná, Entre Ríos,
pero es un tandilense de pura cepa. Se ganó el lugar con esfuerzo y
cordialidad, dos atributos que supo llevar a lo largo de toda una vida. La
niñez no fue fácil, perdió a sus padres muy rápidamente y decidió salir a
enfrentar su destino.
Apenas salido de la adolescencia se alistó en la marina de guerra, recorrió los mares del mundo y viajó hasta el cansancio. Los barcos le forjaron el espíritu, cada puerto era una posibilidad y cada historia un aprendizaje. Fueron 10 largos años. Se desempeñaba como mozo de abordo y entendió que su vida estaba ligada al servicio. En alguna parte estaba escrito su futuro, pero lo destacable es que lo supo ver a tiempo.
Cuando se bajó del barco fue a parar a la ciudad de Azul, allí conoció a su compañera y compinche de toda la vida. Luego vino a Tandil, seducido por una propuesta de Juan Montani para trabajar en la Confitería Norma.
Conocía el oficio de mozo como a la palma de su mano, así fue pasando por las más renombradas confiterías de aquella aldea serrana: Rex, Grisby, Flamingo, estuvo en el restaurant El Trebol. Sirvió y atendió las exigencias de los tandilenses durante muchos años. Sabe de sus gustos e inquietudes. Podríamos decir que supo interpretar al ser tandilense.
"Amo esta ciudad y es mi lugar en el mundo. Pero soy de Entre Ríos, radicado en Tandil, y por ser argentino me siento feliz", recitó de memoria. El dicho es uno de los tantos que repite incansablemente. Dejó de patear la calle pero le quedó una batería interminable de refranes, latiguillos y recitados.
Montani había adosado una lujosa sala de té en el piso superior de Confitería Norma, el proyecto tenía todo para triunfar, salvo que para sentarse a la mesa había que subir una empinada escalera que atentó contra el éxito del emprendimiento.
Su último trabajo como mozo lo tuvo en Grisby, pero una mala jugada de sus dueños lo alejó de la relación de dependencia. "Un día le dejé las llaves y me fui, tenía que volver a empezar de cero. Ahí fue cuando recordé a los vendedores ambulantes que ofrecían café y bebidas en Mar del Plata, Buenos aires o en cualquier puerto del mundo. Como ya tenía la libreta sanitaria por mi trabajo en la confitería, fui al municipio para averiguar cómo podía salir a vender en las calles de Tandil", recuerda.
"Del municipio me vino a visitar un inspector de apellido Verón, yo estaba en Montiel 919, una casa muy humilde. Cuando entra me dice - ¿Acá vas a hacer el café?. Déjeme probar le digo, si me va bien, azulejo la cocina enseguida y me acomodo a los requerimientos". Así empezó un dos de marzo de 1962.
Basso tenía una a favor, conocía el movimiento céntrico y a sus personajes. Había trabajado unos cuantos años en las confiterías y los vecinos le tenían estima. Para aquella época casi no había competencias. Recuerda a un tal Melchiori y el Café Ok que vendía afuera de la galería ubicada en Pinto, casi 9 de Julio.
"Antes de empezar con la venta me di una vuelta por los comercios, oficinas y negocios del centro. Comenté cual era mi idea y armé una rutina para llegar a horario a cada lugar. Empecé de cero, pero rápidamente empezó a aumentar el trabajo", sostuvo.
Al principio eran dos o tres termos, después fueron 5, 10, 19 y hasta 35. Su esposa le inventó un traje de astronauta para poder llevar los termos adheridos al cuerpo. Iba en bicicleta y después pasó al auto. "De a poco le fui agarrando el gusto a cada cliente. Así sumé el té, mate cocido, leche, chocolatada, jugos. También anexé sandwichs, el de pollito deshuesado era el más elegido. Tenía más pollo que pan, deliciosos. Una vez voy a la redacción de Nueva Era y resulta que se me había hecho tarde, cuando entró al diario estaba Luis Pontaut escribiendo las noticias en la pizarra. Él siempre tomaba mate cocido con leche, pero como se me había hecho tarde, me dijo que por el horario estaba mejor para una sopa. Al día siguiente aparecí en la redacción con sopa calentita. Otro termo más que sumaba al equipo. No sabía cómo llevarlos de tantos que eran", sonríe.
Es un verdadero placer escucharlo hablar, las anécdotas brotan como el café del termo. Por supuesto que nos recibió en su domicilio con la especialidad de la casa. "Siempre tengo listo un termo con café y otro con mate cocido". Los prepara en su laboratorio. Un reducido espacio en la casa destinado a tal fin.
Durante los primeros años trabajó a sol y sombra. Fue el cafetero oficial de remates, espectáculos deportivos, culturales y sociales. Así se pudo hacer la casa y planificar una hermosa familia, su mayor orgullo. "Me levantaba a las 5 de la mañana y empezaba bien temprano con el recorrido. Al mediodía volvía a casa para almorzar y preparar los termos para la tarde. Así pude hacerme esta casa, estuve endeudado hasta acá (se señala la frente), pero pagué todo religiosamente".
Cuando el trabajo se multiplicaba trabajaba a la par de su esposa, las hijas
también servían café. Era una empresa familiar. "Me llamaban de todos
lados. Al poco tiempo no tenía que ofrecer el servicio, porque lo venían a
buscar. Ferraro me vino a ver para que venda en los cines, él administraba el
Avenida, el Cervantes y me pidió que atienda en los intervalos. Los domingos
iba a la cancha, pasamos por todos lados. Creo que en el único lugar que no
vendí fue en el cementerio", dijo y largó una carcajada.
Fueron 45 años de incansable labor, lo conocía todo Tandil. "Me gustaba mi trabajo, andar en la calle, visitar gente. Entraba silbando a todos lados y la gente me sonreía. Ahí viene Café, Café Basso decían".
Su labor de cafetero oficial lo acercó a destacadas personalidades de Tandil y
la Argentina. José Larralde, Osvaldo Pugliese, Delfor Cabrera y hasta René
Favaloro, probaron su especialidad. De este último recuerda que lo sorprendió
con un pedido especial: "Había venido a la ciudad para una convención
médica, cuando voy a servirle el café me dice que él tomaba chocafé, mitad café, mitad
chocolatada. Así fue que sumé otro termo al servicio.
Era la bebida que tomaba Favaloro, ¿cómo no lo iba a vender?", comenta.
Cuando el cuerpo comenzó sentir el desgaste colgó los termos en el año 2007. Su DNI marcaba 77 pirulos y lo fue dejando de a pocos. No sea cosa que el cambio brusco ofenda a la clientela. "Fue difícil dejarlo, de a poco le fui avisando a todos que iba a parar con el trabajo. La gente se ponía triste conmigo, me preguntaban dónde iban a conseguir este café tan rico y los sándwiches". El guerrero merecía un descanso. Su familia también. Era tiempo de disfrutar de los nietos y los placeres de la casa. También de viajar y volver a la ruta. Fueron 45 largos años de trabajar y servir al público.
La bicicleta y los termos fueron a parar al Museo, allí permanecen como testigo de su paso por nuestra ciudad. Nuestros padres y abuelos lo guardan en la retina. Café, Café Basso permanece inalterable en nuestra memoria colectiva. Su bigote característico, la sonrisa y por supuesto el café al paso.
En estos días cumplió 85 años, sale a caminar cada mañana y recibe el saludo afectuoso de los vecinos. Amablemente se detiene ante cada requerimiento y conversa animado. Se siente querido y respetado. Es muy agradecido de todos los que contribuyeron en su vida. Por eso sonríe y disfruta. Invita a vivir la vida con intensidad, disfrutando de las pequeñas cosas. Un café compartido, el abrazo de un nieto o la visita de un amigo. Alberto Luis Basso supo dejar su marca.
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