21 de abril de 2016
Por Mauro Carlucho - Fotos: Nicolás Procopio De contextura pequeña, supo trascender por constancia y esfuerzo. Comenzó en la venta ambulante hace medio siglo y todavía la elige como su principal sostén en la vida. Al ver su imagen todos los vecinos de Tandil saben de quien hablamos. Es un rostro conocido, lo mismo que su oficio. Nos recibió en una humilde pensión de la avenida Colón. Nos esperaba en la puerta, ansioso. Se trata de su primera entrevista en el diario. La estaba esperando. Nació hace 65 años en el mismo Barrio de la Estación. De familia muy humilde, quedó solo muy de pibe. Mi papá era bolsero en el campo, pero no me acuerdo mucho. Mis padres murieron cuando éramos chicos. A mis dos hermanos los dieron en adopción, a uno lo llevaron a Mar del Plata y a la nena la dieron por acá. Nunca más los volví a ver, nos dice. No lo cuenta como un drama, en verdad mantuvo el tono durante todo el encuentro. Siempre la tuve que pelear de abajo. Vendía diarios, también trabajé mucho como lustra botas. Tenía mi lugar en el Hotel Kaiku. De allí salían los colectivos a Gardey y Vela, entonces yo lustraba los zapatos de la gente que esperaba el transporte, recuerda. No guarda mucha memoria de aquella época. Quizás escondida detrás de un dolor muy grande. Mencionó el conventillo de calle 4 de abril al 1400 donde dio sus primeros pasos, la canchita de futbol que estaba en la estación. Ese era el punto de encuentro de los pibes del barrio. Cuando se disgregó la familia a él lo enviaron a un colegio de Azul. Allí estuvo como interno gran parte de su infancia. No me gustaba estar ahí. Salvo cuando íbamos a trabajar a una quinta. Me acuerdo que teníamos que caminar como dos kilómetros por una calle de tierra para llegar a la chacra. Juntábamos las verduras, las teníamos que limpiar. Éramos un montón de muchachitos, exclamó. El fin de aquella etapa fue abrupto. Un día me dije que no iba a estar más ahí, entonces me escapé. No era que había rejas y esas cosas, fue fácil. Me fui a la ruta y me levantó un camión de Terrabusi. Lo recuerdo clarito. Así volvió a la ciudad que lo vio nacer y lo cobija hasta el día de la fecha. Desde ese momento supe que me tenía que valer por mí mismo. Estaba solo. Creo que tenía 15 años y empecé a trabajar en la calle con la venta ambulante. Algo tenía que hacer para sobrevivir, indicó con su tono monocorde. Por momentos pienso que tiene una corteza que no lo deja hablar, pero de a poco se va soltando. En la calle hay que rebuscársela, hay que ser bicho, nos dice. En la pensión comparte una minúscula habitación con un trabajador rural. Estos son de otra madera, nos dice señalando la cucheta que comparte con su concubino. En el campo hay que darle duro. No paras nunca. Es bravo el campo, solo se la bancan los changos. Hay que darle guacha desde que sale el sol hasta la noche. Casi que no probó otro oficio. Durante tres años atendió el mostrador del bar Ekeko. Establecimiento nocturno que le trajo grandes dolores de cabeza al senador Carlitos Fernández. Pero lo hacía para complementar la venta ambulante. Hoy estoy jubilado y con ese poquito más los que ganó de los pochoclos, me alcanza para vivir. Casi que no se da ningún lujo. En la reducida habitación hay un televisor de 14 pulgadas que apenas agarra dos canales de aire. El armario cobija dos mudas de ropa y la improvisada mesa de luz completa la escena. Vivo así, sencillo. Voy a comer a lo de Parolari, que hace un guiso de mondongo impresionante, o sino también suelo pasar por el bar Campeones. Pido una tortilla y la acompaño con dos vasos de vino. A veces también me quedo en el Defensa, pero se me hace tarde para volver a la cucha, dice entre risas. En la mañana mejor no molestarlo. Duerme hasta las 11 y apenas se levanta a tomar unos mates. En la pensión hay una cocina al fondo. Allí va cada mediodía a comenzar su rutina. Está acostumbrado a la vivienda comunitaria. Pasó del conventillo a vivir de pupilo y luego deambuló por cuanta pensión hay en Tandil. Ya me olvide de tantas que pasé. Estuve mucho en la de Irigoyen y Sarmiento, también en la de Moreno y San Martin. Acá estoy hace tres años. Mi compañero de pieza no está nunca, así que vivo tranqui. Alguna que otra vez paso por el Boca a jugar al pool o sino al baile. Me gusta la cumbia, hay noches que me agarran ganas de salir y me mando para el Unión o Excursionistas. Esos son sus lujos. Los placeres que disfruta cuando deja en reposo la canasta. A esta la tengo hace más de 20 años (señala a la canasta, su infaltable compañera), pero viste que bien cuidada la tengo. En la semana vendo bolsa de residuo, me compran mucho en los talleres mecánicos. Voy hace años. Los fines de semana voy a la cancha, al boxeo y de día voy a la Plaza de los Troncos o al dique. Últimamente me quedo más en la plaza. Desde que abrió la calesita va mucha gente. Hay otros juegos. Es muy lindo ver a todas las familias, se sincera. La oferta va de pochoclos a golosinas, pasando por maíz inflado y un cereal pintado de color flúo que vaya uno a saber cómo se llama. También vendo banderas de argentina en las fiestas patrias. Esa es una fecha clave. Ando por el centro y estoy en los actos y en los desfiles. De alguna manera siempre me la rebusco. La gente ya me conoce y me da una mano, advierte. Antes trabajaba mucho en el cine, me iba bien. Lo mismo en la cancha. Se llenaba el estadio. Era más lindo el trabajo. Al igual que ahora se vendía más en la popular, en la platea estaban los ricos y no te compraban nada, comenta. La malaria lo subió al ring. Los Verón tenían fama de boxeadores en Villa Italia y le propusieron pelear en los barriales del club Santamarina. Su primer y único combate lo enfrentó a un tal Martínez de Villa Aguirre. En aquella época la plata valía, por eso me animé. Era una pelea a tres round y me tiró en el segundo. Fue un kock out fulminante, debut y despedida en el deporte de los puños. Pero eso sí, se llevó contento el pago de la bolsa. Nunca se casó, pero tiene una hija que le dio seis nietos. Algunas novias lo acompañaron por un tiempo, pero hizo un culto a la soledad. Las mujeres son para problemas, déjame así solo que estoy bien, nos diría en un pasaje de la charla. Eligió a Tandil como su lugar en el mundo. Le gusta la ciudad, su gente. Pero sobre todo su trabajo. Soy feliz cargando la canasta y vendiendo por las calles. Esta es la vida que elegí. Así lo conocimos y de esta manera se transformó en un personaje singular. Para que cambiarlo. [gallery ids="124719,124718,124717,124716,124715,124714,124713,124710"]
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