8 de julio de 2014
Hace por lo menos dos meses que la florería no está más, le contó un vecino del lugar a este portal de noticias, para confirmar lo que desde hace semanas parecía una sospecha con visos de certidumbre: Florería Iris cerró sus puertas en completo silencio, como quien cierra un largo paréntesis concluyendo una vida comercial de por lo menos tres décadas en el rubro. Instalada como vecina del legendario Bar Tito que no cerró pero se aggiornó a la época dejando atrás su aura de fonda mítica-, y también a metros de la histórica Farmacia Central, que también produjo su propia transformación estética y comercial a principios de la década del 90, Florería Iris se fue del lugar en silencio. Sin cambios de ninguna especie. Sólo quedó flotando en el aire de la vecindad el aroma de las rosas y los jazmines, los claveles, los gladiolos y las alegrías del hogar, entre la innumerable variedad de flores y plantas que atiborraban el espacio del pequeño local ubicado frente a la Plaza Independencia. Fue, por legado histórico en la vida cotidiana, una de las más tradicionales florerías de la ciudad, cita puntual para los vecinos a la hora en que decidían enviar un ramo de flores para una novia, para las madres en su día, como romántico obsequio en víspera de un romance, o el clásico ramo que los vecinos solían llevar al cementerio. La presunción de un cambio de firma o de una mudanza de local concluyó con la peor noticia: Florería Iris, como tantos negocios de ese Tandil comercial que supieron imbricarse profundamente en el sentimiento de su clientela, bajó la persiana. Para que se cumpla el sino fatal con que Eduardo Mallea tituló uno de sus libros poblado de amargo existencialismo: todo verdor perecerá. La fachada de la florería, demudada y vacía de las historias que cada flor llevaba implícita en su envío con la tarjeta pertinente, confirmó la mala noticia para una cuadra que con el correr de las décadas va cambiando su fisonomía que ahora luce, valga el oximoron, poblada de ausencias: desde hace muchos años ya no está el pequeño kiosco de revistas El Cambiazo, la librería El Gato Negro del letrista y escritor Omar Ordónez; ya no está el recordado Moncho Techeiro con su Vereda Musical; ya no está el gallego Fernández y los colectivos que salían del Bar Tito; en la sala del Museo Histórico Fuerte Independencia se reproduce intacta a los ojos y a la memoria, donada por la familia Berlari, lo que fue la botica completa de la Farmacia Central. Tampoco ya no está el local de la distribuidora de diarios y revistas de la familia Berkunsky y a partir de ahora también se ha desvanecido en el aire del tiempo la Florería Iris. Sin liquidación por cambio de temporada. O, parafraseando el libro de Isidoro Blastein, cerrada por melancolía.
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