20 de noviembre de 2017

NOTA DE TAPA

NOTA DE TAPA. Policlínico, historias guardadas

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PARTIDA DE NACIMIENTO 

La FRATERNIDAD tandilense había tenido la idea, y los "obreros del riel" pelearon por llevarla adelante, por mencionar algunos: José Lebonato, Francisco Saux, Nicasio Murias, Silverio Serrano, José Fernández (h), Juan Papini y Agustín Sívori.

Pero el antecedente era más antiguo y había nacido en Capital. Justo es empezar la historia en Retiro, lo que hoy es zona Puerto Madero.

La primera gran organización sindical que desarrolla la acción mutualista en Argentina, fue la Unión Ferroviaria (UF), ya había innovado en 1919, cuando funda su propia Caja de Jubilaciones (Ley 10650) y en 1923 había creado el Hogar Ferroviario a la sombra de la ley 11.173 que estimulaba el otorgamiento de préstamos destinados a la compra o construcción de viviendas.

Los vientos cambio que propuso Perón en 1944, al firmar el decreto donde disponía la donación de varios lotes en la zona de Puerto Nuevo (Capital Federal), imponía que debían ser transferidos a la Unión Ferroviaria y a La Fraternidad con cargo y destino a la construcción del Policlínico Ferroviario Central, bajo expresa indicación de crear otros 74 más en el resto del país. El gremio tenía más de 250 mil afiliados en una argentina de casi 3 millones de Km. cuadrados, donde la estrategia inglesa (desde 1860), había entramado de rieles nuestra geografía uniendo parajes, creando pueblos nuevos y generando economías regionales.

Para la reforma de Salud que proponía el Dr. Ramón Carrillo, crear un Policlínico Ferroviario Central era uno de los puntos de partida de la Salud Pública y la construcción estaba a cargo de la Dirección General de Asistencia y Previsión Social.

La obra monumental de nueve plantas, abrió los consultorios externos en 1952, y en 1954 todo el complejo - más de 10.000  metros cuadrados y 700 camas- quedó completamente funcionando, siendo uno de los más importantes de Latinoamérica.

Cuarenta años más tarde, con el cierre de ramales y la privatización de los servicios ferroviarios durante el gobierno de Carlos Menem, fue disminuyendo abruptamente la cantidad de empleados ferroviarios y mermaron los aportes a la obra social (OSFE), que dejó de recaudar porque el FFCC cesó lentamente. Dejó de llevar pasajeros, se dedicó sólo a las cargas, y finalmente ni siquiera a eso. Las vías se llenaron de yuyos, callaron los silbatos, las estaciones quedaron sin sentido, los pueblos que nacieron a su paso, perdieron habitantes y comercios.

Las cargas empezaron a viajar en camiones, por rutas y con otros gremios que se fortalecieron. Estas cosas de la vida, la economía, la política y algunos otros intereses  solapados, apagaron la luz de todos los servicios conexos, también del POLICLÍNICO Ferroviario Regional de Tandil.

A Mitad de los ?90, la debacle era inminente, así el último director del Policlínico Ferroviario Central, el Dr. José Porras, junto al Jefe de Guardia Dr. Juan C. Santi denunciaron -desde Capital en una conferencia de prensa- un "un vaciamiento científico, económico y de pacientes". En su época de gloria fue el mejor hospital de América Latina. El resto de los Policlínicos Ferroviarios en todo el país ya habían cerrado sus puertas o lo harían antes de 1997, como el de Tandil que apagó su luz en 1993.

 

NO ME LO CONTARON

Me había casado al terminar el secundario, Luis ya era médico y transitaba su 1° año de residencia quirúrgica en el POLICLÍNICO FERROVIARIO CENTRAL, un edificio enorme, poderoso. Vivíamos en Colegiales (Cordoba y Lacroze), yo debía tomar el colectivo 39 hasta Santa Fe y Cerrito, para subirme al 150 que llegaba justo a la segunda garita de las seis que ordenaban las 20 líneas de micros que paraban en el policlínico.

Se levantaba en la Avenida Ramón Castillo y Antártida Argentina, pleno Barrio de Retiro, detrás de la Casa de la Moneda.

No era fácil transitar en esos años 70, con peligros y silencios, cosas que una observaba sin llegar a comprender. Pero los viví en primera persona.

Las guardias de los médicos residentes eran maratónicas, se corría de un modo increíble. Los domingos me las arreglaba para ver a mi marido, que tenía 3 guardias semanales, y alguna caía -seguro- en sábado o domingo...o parte de esos dos días.

Mi compañía era observar desde algunas de las 8 cúpulas de los 8 quirófanos de alta complejidad que operaban casi en simultáneo y con parlantes que conectaban a los residentes - observadores desde las cúpulas- con el quirófano donde 1 y 2° ayudante eran residentes, y cumplían las indicaciones del cirujano jefe: preguntas y ojos que se alzaban hacia arriba esperando las respuestas. Estas operaciones se filmaban, pero además había 7 quirófanos menos sofisticados que atendían cirugías menores o que requerían intervenciones más sencillas. Un frenesí controlado, una organización que permitía contacto con patologías de todo el país, complicadas, no frecuentes.

Era una formación quirúrgica de excelencia.

Los ascensores funcionaban de a seis en dos cuerpos centrales para camillas y médicos, otros cuatro cuerpos en los laterales para familiares y pacientes ambulatorios. Todas las especialidades, todo el día, todos los días. Abajo había un bar, nada sofisticado. Y ni siquiera hacía falta, porque a los médicos, la "cocina" los mimaba bastante. Durante una guardia de 48 horas, un residente apenas dormía 3 o 4 horas y fragmentadas.

El "Pala" (Palavecino) era salteño, habilidoso en las suturas y entrenaba sus dedos todo el tiempo con un largo hilo quirúrgico mientras reposaba en la cama porque le dolían los pies, solía cantar alguna chaya a los gritos. Un tal "Colo" proveniente de Mendoza, leía Shakespeare en voz alta, no había TV en las salas de médicos. Recuerdo al jefe de Residentes y Director de Investigaciones Quirúrgicas: Dr. Roberto "Tito" De Rosa, un genio que hacía de su docencia un mundo posible. Era también cirujano de la "Pequeña Compañía de María" (hoy Mater Dei), y solía repetir "ustedes no saben dónde están haciendo muñeca para operar, no tienen idea, algún día se darán cuenta"

No sé cómo, pero todo el día había alguien limpiando los pasillos y las salas. No sé cómo, pero los tubos de oxígeno se apilaban por centenas y desde la ventana veía la carga y descarga hasta los domingos a la mañana. Alguna vez me pregunté ¿esta mole nunca descansa?

Eran más de 10 mil metros cuadrados de estructura, casi 700 camas que tenían la provisión de un lavadero con máquinas enormes, tambores de acero girando cuyo diámetro llegaba a 4 metros. Los rollos de plancha ocupaban un asistente de cada lado más dos planchadoras para enganchar y quitar las sábanas, y otras dos que doblaban. Los centrífugos esterilizadores para la ropa de quirófano ocupaban una larga fila de donde emergían equipos verdes arrugados que se retiraban con guantes e iban a unas bolsas - verdes también- con un número que coincidía con el del "ambo, el gorro y las botas" porque el final de la cifra indicaba el talle.

Nunca nada se detenía. Yo trabajaba en una empresa hasta el mediodía del sábado y mis visitas se limitaban a las guardias del fin de semana. LLegó el invierno y necesite una cirugía de urgencia, entonces tomé conciencia de lo que en verdad era la salud pública en esa enorme estructura.

La sala de médicos estaba en el 2° piso y anexa tenía un aula de conferencias para informar los casos: eran CLASES dignas de cualquier congreso.

Escribiendo esto me vienen recuerdos en verde jade y blanco, con camas verdes de hierro, tubos de oxígeno con vestidos verdes, pasillos de frisos verdes pintados al aceite. Pisos inmaculados, comida sabrosa aunque no tuviera sal, enfermeras y médicos almidonados. Un sistema de salud eficiente, funcionando, enorme, organizado. Se me estruja el alma cuando pienso en todo lo que hemos llegado a ser y también llegado a perder.

Esa inveterada modalidad argentina de HACER para DESHACER, que aún nos agobia.

 

 1945: JUNTANDO LA PLATA ENTRE LOS RIELES Y LA VILLA 

En la vereda norte de la Av. Machado, aún se alzan algunas "casitas del FFCC". Son idénticas entre sí, sobre elevadas del piso, con galerías, barandas, gárgolas, canaletas moldeadas y techos de chapa a dos aguas con filetes agudos, se completan con vidrios repartidos y ventanas guillotina, escalones bordeados de rosas y bancos afuera. La mayoría de estas construcciones llagaron desarmadas y con casi todos sus componentes, por tanto eran iguales a las de cualquier estación de FFCC de África Oriental, de Sudáfrica, de India o de Chile. Los ingleses usaron la descripción de "Balloom frame", algo así como marco global, es decir: sirven para todos continentes. Tras una de ellas vive José Barillaro, y nos espera con una sonrisa, una pila de documentos y fotos. La "Peke" es nieta e hija de ferroviarios y mi aliada para esta nota (gracias, Marcela Álvarez Malisia), ella armó los contactos, las reuniones, las alianzas para ceder las fotos a digitalizar.

José tiene 71 años, nació en 1946. De familia ferroviaria, un año antes de su nacimiento el ambiente del riel estaba movilizado: "me contaba mi padre que Lebonato, Saux, Murias, Papini, y otros tantos, eran incansables vendiendo BONOS NO REEMBOLSABLES, claro, había que juntar la plata para comprar el predio y presentar la escritura a la Dirección General de Asistencia y Previsión Social. Olavarría también estaba en carrera, quien antes poseyera el terreno apto, tendría el policlínico. Corría 1945, y desde la revuelta del ?43 los conservadores estaban a cargo del gobierno comunal, decía mi padre que se los llamaba "comisionados" y en general eran personalidades importantes, en su mayoría médicos con trayectoria e influencias en el Hospital Santamarina, por tanto, no tuvieron mucho interés en fomentar nada, menos ayudar a que naciera un centro de salud sindical. Yo creo que por esa época sonaría como una mala palabra y la VILLA era como otra ciudad, otro pueblo. Decía mi padre: tendremos que arreglarnos solos".

Abre una carpeta y saca varios papeles amarillos impresos, bien gruesos, con sellos y firmas, numeración de origen, cuya primera emisión fue en 1945 - luego hubo dos emisiones más- costaban 2$ cada uno y rezaba que era Contribución voluntaria para ayudar a la construcción del Sanatorio Regional a levantarse en Tandil. En menos de dos años ya estaba escriturada la manzana de Sáenz Peña, Vigil, Basílico y Duffau, a nombre de la Confraternidad y se habían quitado los árboles del medio, plantado pinos y otras especias en los laterales. Las donaciones tenían nombre del donante y como firmantes de su recepción las tres partes: la Unión Ferroviaria, La Fraternidad y la Mutual de Socorros Mutuos.

Olavarría había perdido contra un "Barrio", no contra una ciudad. Tandil casi ni se había dado cuenta lo que estaba ocurriendo; estos infatigables hombres y mujeres del riel sabían hacer de la voluntad y la lealtad un culto. Pero, como diría el Dr. Ramón Carrillo: "La Lealtad no es una posición espiritual al alcance de todo el mundo"

Olavarría logró tener su Policlínico a mediados de los ?70, cuando su Municipio le donó los terrenos y la Fundación Alfredo Fortabat -en pleno apogeo del hormigón- se encargó del edificio, sumando la colaboración de toda la ciudad. Hoy funciona allí la Facultad de Medicina de la UNICEN

 

 MOVILIDAD SOCIAL FERROVIARIA 

La tarde en casa de José Barillaro se va desgranando entre mates, documentos y fotos. A los 17 años José entró como peón de encomiendas y limpiacoches, trabajaba de 12 a 20 hs. A los 20 años pasó como APUNTADOR DE PLAYA, ya lidiaba con documentos y papeles, las guías numeradas de cada vagón, origen, destino, tipo de carga. Terminado el secundario en 1969 y con 24 años lo ascienden a CONTROL DE TRENES: movimiento, circulación, formaciones y personal afectado a cada formación. En 1975 lo nombran JEFE DE ZONA: "Tandil abarcaba una región grande, 66 estaciones, Las Flores, Dorrego, Necochea, Tres Arroyos, De La Garma, Indio Rico. Un montón. En 1990 pasé a la administración del Policlínico, yo vi el final. En ese tiempo, de la Región Tandil dependían 1.850 empleados que con sus familias superaban los 10 mil, y se atendían en el Policlínico. Había meses con más de 2 mil consultas".

Al rato llega ella, manejando su auto y como un milagro de alegría que no se detiene en el pasado pero lo mantiene intacto, Yolanda Barrionuevo (82) se suma a la charla, los mates y a las masitas de "lo de Arias" -ya se sabe que Colón y Uriburu es un clásico del barrio-  enseguida saca sus propias fotos y le recuerda a José: "¿Te acordás del C.E.N.M.A? Ah!!! Que maravilla. Mirá era algo así como Centro Educación Nacional Media para Adultos, si! Así era! Funcionaba en la confitería de la estación, a la noche, se anotaron 50, ¿te acordás José? Se recibieron 38! Las chicas, mayoría mujeres como siempre, que eran mucamas y querían formarse como enfermeras, lo hacían en Cruz Roja que tenía cursos con todas las especialidades. Pero necesitaban el secundario, anotá, Alberta González enfermera de quirófano, ordenaba todo, esterilizaba ropa, instrumental ¡Que mujer, no salía del policlínico! siempre con el autoclave y no sabes como la querían los doctores, ella les daba todo el parte escrito y por teléfono, hizo carrera solita en la Cruz Roja. Me acuerdo de Chola Baziow, que entró de mucama, luego estudió enfermería y después técnica de RX, igual Marica Goncalves, que de enfermera se hizo instrumentista, Ahhhh me olvidaba, anotá:  Elena Jaramillo, Norma Vener y María Crespo que era enfermera de guardia, igual que Cecilia Puissant, ellas cuidaban los geranios de la entrada. ¡Que recuerdos!"

Los nombres empiezan a tener rostro y las fotos a llenarse de nombres. Una época de trabajo duro y concepto de familia en el trabajo, de superación personal - no importa lo tarde que fuera ni cuantas horas se le dedicara- había que estudiar y siempre todo podía ir mejor.

 

 COSAS DE FAMILIA 

La "Peke", sigue rastreando datos y convoca e interpela a quienes la conocen de niña: es Álvarez Malisia, apellido emblemático desde el abuelo Enrique Malisia, que nacido en 1913 era "CONDUCTOR DE ZORRA A MOTOR en todos los Ferrocarriles y Puertos Argentinos", tal cual lo indica el Certificado de Idoneidad. Su hija, Angélica María Malisia, entró al Policlínico en 1974. Así se suceden recuerdos anclados a un clima de solidaridad y voluntarismo social mancomunado.

La cocina del Policlínico era única e irrepetible: en manos del Hermenegildo "Negro" Viera, Juanita Caputo, Ovidio Atucha y la infatigable Perla. Un sitio codiciado donde enormes asaderas de hierro -que solo podían entrar y salir del horno si las sostenían dos personas- incubaban los flanes con caramelo y el budín de pan con trocitos de dulce de membrillo. Algo mágico: las empanadas de picadillo especialidad del Negro Viera, el guiso de arroz de Atucha y las mayonesas sin huevo de Juanita...¡que todos los pacientes podían comer!

Perla tenía una receta misteriosa y espesita, medio verde-medio rosada para transformar el pollo, que no llevaba sal. Nada llevaba sal. Esa salsita olía a romero y salvia, a perejil y laurel, con un toque de menta y algo de regaliz, se detectaban los puntitos de zanahoria rallada. Pero esa salsa tenía una explicación fantástica, que emerge de algunos recuerdos insólitos: la quinta. Una huerta donde las manos de Antonio "Tonito" Arce (el marido de Elda, cava de enfermeras), hacía florecer acelgas, espinaca, zapallos y zapallitos, aromáticas de todo tipo, cebollas, cebollines, batatas, tomates, ajíes y berenjenas, chauchas y habas, todo en un mundo de fantasía.

También el jardín tenía manos especiales, las de "Portita" como lo llamaban a Antonio Porta, que cortaba la ligustrina del perímetro, mantenía el pasto al ras, podaba las rosas y llenaba un cajón con los "esquejes" de la poda, bien señalados con tiritas de cinta adhesiva para saber el color de la flor. Toda la villa tenía rosas del policlínico. "Portita" ayudaba a Camilo Rodríguez y a Alberto García, que hacían el mantenimiento de todo lo que debía "mantenerse": pintar el friso verde de las paredes con esmalte al aceite, las camas despintadas usando un soplete para calentarlas y que la pintura quedara como esmalte. Toda rotura, soldadura, canaleta o baldosa, se solucionaba allí. Las cortinas de enrollar y las bisagras, las cerraduras de lo que fueran, las hornallas, cocinas, estufas y cablerío, todo y de todo. Que no era poca cosa, porque las instalaciones tenían calefacción central y máquinas sépticas con dos bombas de expulsión y horno de incineración de gran capacidad.

Además, entre los tres, tenían a cargo el gallinero. Leyó bien: ¡un flor de gallinero!

Como en el fondo de cualquier casa de barrio, un alambre tejido con palos bien enterrados y una puertita de hierro. Los "nidales" de cemento para preservar los huevos y otra puerta que de noche quedaba cerrada para resguardar a "las ponedoras". Los pollos tenían maíz, restos de comida y la barrida de la tierra con una rociada de agua que Camilo no olvidaba hacer a la hora de la siesta.

Del corte del pasto del parque, "Portita" llevaba una buena bolsa de verde, y otro poco de "pinocha" para armar los nidos.

Esa maquinaria sencilla y rudimentaria, tan normal en el siglo pasado...definía una palabra de este siglo XXI: sustentabilidad.

Personalmente, me gusta pensar que hemos sido sustentables, hasta que definimos la palabra. Como tantos otros hechos que nos distinguen: mientras las cosas andan, funcionan, son naturales y no traen conflictos, ni requieren definiciones. Porque a fuerza de ser cotidianas a nadie se le ocurriría inventar un modo para denominar su ausencia.

Pero la familia del policlínico tenía más sorpresas, como cualquier familia.

Yolanda ni sabe cómo, y no recuerda quién era el comisionista: "¿pero sabés qué? mandábamos pollos al hospital de Mar del Plata, si!!!  Perla los envolvía bien, 6 u 8 pollos cada vez, los metíamos en una caja y salían para allá. Un señor morocho los llevaba y al otro día nos traía PESCADO!!! Jajajaja, si, acá se comía pescado una o dos veces por semana. También le mandábamos huevos o le sumábamos verduras, tenían que ir en esa camionetita de encomiendas porque de acá a Mar del Plata no había tren...y nosotros sin tren, muchas cosas se nos complicaban. Fijate vos, al sueldo lo cobrábamos porque una vez al mes venía el VAGÓN DE PAGOS"


 EL BANCO EN UN VAGÓN 

Dolly Petovello viuda de Turcchi, tuvo a cargo la administración y la tesorería desde sus inicios. Entre el torbellino de recuerdos y la sorpresa de sentirlos tan lejanos, descubrimos que a partir de cada 28 de mes y hasta el día 10 del siguiente, un vagón de tren acondicionado como oficina de pagos, hacia un recorrido por las 66 estaciones que incluían la Región Tandil. Por tanto los días de pagos oscilaban entre los últimos 2  del mes que terminaba y los 10 del que comenzaba. El vagón en cuestión, estacionaba al final del andén en un desvío para no molestar al tráfico.

Los ferroviarios, subían con su carnet y cobraban en una ventanilla especial, con un sobre cerrado que contenía el dinero, en cuyo frente impreso estaba el detalle de nombre, legajo, región, ramal, etc. completado a mano con letra fina y caligráfica, al recibir el sobre el empleado firmaba una planilla. Para el Policlínico, llegaba una bolsa o bolsín adjunto a una planilla con el detalle y cerrado con un candadito. Era llevado a la administración de Dolly, adentro venían los sobres preparados y uno especial a modo de "caja chica" reponiendo los gastos rendidos el mes anterior. Este era el modo en que la Unión Ferroviaria liquidaba los sueldos de los empleados ferroviarios, a todo el personal de Policlínico - incluyendo los médicos- y de otras actividades de la mutual.

Diría Dolly: "Sólo muchos años después, empezamos a cobrar con cheques del Banco Comercial, antes eran los sobres del FFCC hasta con las moneditas.... Nunca faltaba ni un centavo"

 

 MÉDICOS, ROPERITO y BUÑUELOS NEVADOS 

En la vida del Policlínico, había muchos familiares "externos" que participaban de la vida cotidiana, desde los vecinos que daban una mano, hasta los médicos que además de atender las consultas pasaban fuera de hora para ver los internados, o citaban en sus propios consultorios cuando era necesario seguir de cerca un caso, sin cobrar ninguna consulta. Algunos de la villa, como el Dr. Rafael Caricato, anestesista junto al  Dr. Eduardo "Coco" Rossi, las emblemáticas estampas de los Dres. Pedro Cereseto y Jorge Curutchet, Hugo Falcone, Debilio Blanco Villegas. El enorme y humano Dr. Daniel Grasso, Gauna, Aladjian, Víctor Magrini, Horacio Elsegood, Carlos Harispe, Reynaldo Hauron. Al inicio el trabajo en RX del Dr. Remo Benaghi, luego Enrique Yacuzzi, y la especialidad "nariz y garganta" como era por entonces la otorrinolaringología: Dr. Alfredo Martínez Goya. La odontología a cargo del Dr. José Martín Azurmendi, la cardiología con el Dr. Auzmendi, y desde la inauguración las figuras de Abraham Zalíz, Lisardo Cabana, Juan Carlos Stein y Raoul Andere. Se recuerdan los chistes del Dr. Dahur y los pasitos apresurados del Dr. Carlos Vidas...un fanático del budín de pan que entraba de incógnito para robarlo de la cocina.

Las tardes de "roperito" eran magníficas horas con enfermeras, mucamas y vecinas...cosiendo y remendando ropa de cama, enseres de cirugía, alguna cortina, una colcha, las azaleas. Ecualdema Echandi y Alberta González organizaban junto a Lila Bellagamba qué debía arreglarse, cómo y con qué. Se habían autodenominado las Damas Voluntarias. Mientras cosían, Perla y Atucha freían los más fantásticos buñuelos que acompañaban la tarea de recuperación de la ropa hospitalaria. Dolly Petovello ve la foto y relata los detalles: "un sábado estábamos trabajando para el roperito, era 31 de julio y hacía un frío bárbaro. Atucha había hecho buñuelos de manzana y le dábamos a full a la máquina de coser que estaba en el rincón de la sala de plancha; en el guardarropa había otra con un pie para remendar y la experta para eso era Adriana Lora. De pronto entró el Dr. Elsegood:  ¿saben que está nevando? Salimos corriendo afuera, y no lo podíamos creer. El Dr. Horacio trajo de su auto la cámara de fotos y nos puso en el borde del cantero del lado de calle Sáenz Peña, donde más se había amontonado la nevada. Sacó la foto. Atrás se ve la chimenea de Metalúrgica y el tanque de agua. Las sierras apenas se notan, la foto es vieja, estamos de blanco sobre blanco. El Dr. Elsegood nos regaló una copia a cada una, fue en 1954"

 

 SENTIDO Y SENSIBILIDAD 

Es el título de una famosa novela de la inglesa Jane Austen, la historia de dos hermanas muy diferentes que persiguen el mismo objetivo: la búsqueda de la felicidad. Me resulta significativo para representar el esfuerzo, la humanidad, la sencillez y la ternura que supieron colocar la marca en los tiempos que he pretendido contar.

Además, le cae perfecto a ella...casi la define, porque Juanita Caputo, a sus 88 años sigue siendo una referente de la historia y de la familia que consolidó el Policlínico. Escribe, cursa talleres de literatura y no es fácil encontrarla en su casa. Con espíritu diligente anima y  convoca a las que "quedan" para reunirse y dar asistencia espiritual: "enviudé joven con cuatro hijos, Dios y el trabajo fueron mi sostén. Jamás olvidaré al Padre Franco Eguidi (Iglesia de Begoña), que pasaba todos los días, hablaba con los enfermos y con nosotros. Nos daba consuelo y consejos. Mirá, nos explicaba que un enfermo inconsciente percibe todo y nos decía que no habláramos nunca delante de un paciente, ni dormido, ni en coma... porque el alma no duerme. Era maravilloso oírlo. Los domingos corríamos todo y llenábamos de sillas el hall de entrada para la misa a las 10 hs. Pacientes, médicos, familia, vecinos, nosotros... El Director Dr. González Guerra me autorizó a ir juntando materiales y dinero para hacer una capillita, chiquita, al lado de lo que - él pensaba- sería la nueva sala de Partos. Habíamos juntado bastante platita y cantidad de materiales. Hasta habíamos cortado el pino justo en el lugar indicado, pero no pudo ser, antes se cerró"

Juanita tiene carpetas y sobres llenos de fotos, se ríe y cuchichea anécdotas en el comedor de su casa en calle Vigil: "Hay cosas que no se pueden contar, pero teníamos personajes que eran maravillosos. ¿Sabés que cuando inauguraron y hasta que se murió - dicen que vivió como 5 años más- había una vaca al lado del gallinero? Si!!! La ordeñaban los muchachos. Claro, por esa época esto era como una zona de quintas.Como te conté, la cocina era nuestro mundo, yo decoraba las porciones ¡no era cuestión de tirarle un cucharón al plato! A mi me gustaba poner una ramita de perejil, un poquito de huevo duro picadito. Le daba formita al arroz con un bol...y quedaba como un castillito! Para alguien que está internado, ese cariño hace tan bien como un medicamento"

Quiere saber si podremos reservarle unos semanarios para repartir en la próxima cena: "Porque nos juntamos siempre, las que vamos quedando compartimos cosas de ahora y de antes. Siempre nos hemos juntado?¡antes pasábamos hasta la noche de año nuevo en conjunto! Ahora yo me encargo de convocar de la vía para acá y Yolanda de la vía para allá. Uy, vamos a estar esperando esta nota para leerla todas juntas..."

Los tiempos cambian y nos cambian. Hoy la SALUD posee parámetros diferentes y necesidades muy distintas. Esa estructura abandonada no es aplicable a la nueva concepción. Más allá de la quiebra, la ausencia y los desmanejos, vivimos otro siglo.

Llamémonos afortunados por haber transitado otra época, tal vez más sencilla, tal vez más humana.

 

 DETALLES MENORES 

Para agradecer a todos lo que colaboraron aportando tantos recuerdos enhebrados en la esencia de esta nota, voy a refugiarme en el talento de Marguerite Yourcenar, cuando en su libro MEMORIAS DE ADRIANO, describe a ese emperador diferente que supo tener Roma. De sus recuerdos, Adriano señala cuán importante son las pequeñas cosas: "Las fechas se mezclan, mi memoria compone un solo fresco donde se acumulan los incidentes y las diversas temporadas. Y me asombra que esas alegrías tan precarias, se ocupen de hacerme saborear la felicidad al tiempo de juzgarla. Esa constante atención que siempre concedí a los menores detalles de mis actos".

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