2 de febrero de 2025
La historia de una cocinera tandilense que sabe cómo hablarnos a través de sus platos
por
Noelia, de Tandil A Gusto
Aquel día,
antes de que me presentaran a Isabel, me dijeron con firmeza: "No hay
nada que ella no cocine". Entonces, me dije a mí misma ¿será ella?
Estuve mucho
tiempo preguntando en comercios donde asisto y a mis familiares más cercanos y
no podía hallarla. ¿Qué buscaba? a la Doña Petrona de Tandil. Me decía
por la noche, "¿dónde se esconde
que no puedo encontrarla?"
Entonces nos paramos frente a su puerta con su
vecina Cristina, y a gritos de " ¡Isabel, Isabel! " ella se
presentó y supe que al fin la había encontrado.
Llevaba puesto
un delantal de tela, su cabello recogido con un pañuelo y una mirada profunda
como la mar. Me observó sin comprender quién era yo; así que una vez que le
expliqué el motivo de mi inesperada visita; dijo: "Esperame que te
traigo unas facturas que hice".
Percibí como
mi ilusión iba en aumento. Observó detenidamente como yo partía un pedazo de
medialuna tierna y dulce que tenía un leve almíbar por encima y sabor a cariño.
Parecía expectante de mi reacción; pensé "ojalá
me diga que sí".
Se mostró
encantada con la propuesta de compartir conmigo la historia de su enorme amor
por la cocina. Al otro día pactamos el momento para vernos y durante toda esa
semana sólo pensaba en visitarla nuevamente.
Estando allí,
en su casa, Isabel vestía su orgulloso delantal con pequeñas florcitas
blancas. Nos sentamos en una larga mesa de madera en la que yo podía
imaginarla amasando, y describió cómo fueron sus años en Bolívar de donde es
oriunda y la maravilla de haber nacido en el medio del campo: "Nací en
el medio de la nada un 29 de mayo, soy la mayor de seis hermanos" dijo.
Relataba con enorme admiración la historia de
su madre Jacinta y de su padre Domingo. Sujetando su cara con destellos
nostálgicos que llegan hasta el alma, recordó esas mesas navideñas donde se
reunía toda la familia. " Lamento no haber grabado nada de mi papá y de
las increíbles historias que él me contó; mi abuelo fue soldado de Rosas. Creo que su nombre era el mismo que mi
papá, Domingo; Domingo Astrada se llamaba" dijo.
Pueden
imaginar el asombro impregnado en mi cara al oír tal frase. Se levantó y fue
directo a buscar una enorme fotografía de su abuelo.
Le pregunté de donde surgió esta pasión por la cocina y buscaba una respuesta en su mente, pero no pudo especificarme; ella aún no sabe de quién heredó este "don". Sacó de un gran mueble que tenía en la cocina un añejado libro azul: "El libro de Doña Petrona", luego me dijo poniendo una mano encima del libro: "A ella no me la quites, si vos seguís la receta al pie de la letra, nunca falla".
Comenzó así, a poner sobre la mesa distintos libros de cocina y a describirme las tortas con fondant que había preparado con ideas que había visto en esos libros. Lamentó a través de sus gestos, no haber patentado en su momento la idea de hacer panes dulces de chocolate. "Yo todo el tiempo pienso y pienso en recetas, sobre todo por la noche".
Rememoraba
cómo preparó más de 400 panes a pedido ella sola y de cómo prepara pastas
caseras a palote y cuchillo. Me mostraba con entusiasmo, distintas fotos de
variadas preparaciones que cocina a diario con una decoración detallada. "Yo
siempre pruebo lo que cocino, y si no me gusta le busco la vuelta para
mejorarlo", dijo comprometida.
Salimos a un pequeño pasillo que nos dirigía al patio donde tenía sus distintas plantitas aromáticas y su parra. Acariciaba las pequeñas hojas con sus manos de cocinera. Dijo no salir mucho de su casa, permanece en su cocina cada día, donde muchas veces trabaja por pedido a través de su Instagram "mi abuela cocinera" creado por su nieta Emilia.
Mientras yo miraba las fotos que ella había
tomado de todas las preparaciones dulces y saladas, Isabel recordaba la
aventura que había sido lograr cocinar todo aquello sin más manos que las
suyas.
Señaló un vaso
que se encontraba delante de ella y me dijo: "Si vos me pedís que te prepare ese jugo, yo te lo hago, no hay nada en
la cocina que yo no prepare". Cada vez que se levantaba de su silla para
buscar algún libro de cocina, yo admiraba en secreto su preciado delantal. Dijo
tener varios delantales como ese,
"compro la tela y los hago yo misma" reconoció.
Mientras Isabel relataba, pude comprender que, ella es su cocina y su cocina es ella. Quería preguntarle muchas cosas y al mismo tiempo ninguna y sólo descubrirla. En lo personal, añoro que las nuevas generaciones de cocineros comprendan la riqueza del saber que personas como ella atesoran. Aún no sabe de dónde proviene este frenesí, pero escuchando su historia creo que heredó de su abuelo Domingo, el sentido de lucha y voluntad. Sus manos lo dicen todo, sus gestos vehementes delatan su sentir.
Gracias Isabel, bienaventuradas tus manos que
continúan cocinando
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