22 de septiembre de 2018
Cada vez hay más pequeños productores locales que ofrecen sus productos sin conservantes, ni agroquímicos, ni procesos tortuosos con aditivos, para reencontrarnos con el verdadero sabor de la comida.
Comprar verdura recién cosechada, quesos elaborados por
familias de tamberos, panes con harinas de cereales ecológicos, es una
tendencia que acota los procesos de producción y venta, valora la calidad y
mejora los precios de góndola. El antiguo concepto de frutas y verduras de estación retoma fuerza. La idea de cultivo
ecológico también.
Cadenas cortas del productor
al consumidor eliminan fletes, manipulaciones, aditivos varios y, sobre
todo: que cada pase de mano le sume monedas al valor del producto.
Cestas para el hogar, selección en la granja, ferias
barriales, ofertas por las redes, pequeños locales atendidos por la familia:
los corto-circuitos y las ventas
directas del productor al consumidor son populares. Se los llama CIRCUITOS CORTOS,
porque no hay intermediarios, y el producto llega enseguida y casi directo al
consumidor. Mantiene una calidad preferencial y un precio muy bajo en relación
a esa calidad exquisita, hay una valoración de productos estacionales y locales
con la consecuente reducción de intermediarios entre el producto y los
consumidores, mientras alienta el asentamiento histórico de los productores en
su zona con alguna intervención del estado para su desarrollo y la asistencia a
las "marcas de origen". Una tendencia que hace más de cincuenta años comenzó a
funcionar en Europa para evitar el desembarco de habitantes del interior -que
dejando raíces y oficios- se instalaran en los "conurbanos" en condiciones
precarias, degradando su calidad de vida sumado a la angustia de un mundo muy
diverso a la calma de su región. Hace más de medio siglo, los iniciales
planteos para armonizar lo que sería la Unión Europea, programaron no solo
subsidios con ayudas y capacitaciones para que las comunidades no migraran,
sino también sumaron programas que valorizaran su producción y mantuvieran la
vida y costumbres de las áreas rurales, diseñaron modelos para incluir más
sofisticación y tecnología en la elaboración de productos y las vías de
comercializarlos. Esto logró sostener maravillosas rutas productivas en casi
toda Europa, con destacados ejemplos en el País Vasco, España, Suiza, norte de
Francia, o regiones alemanas como la Renania, Sajonia o los bosques de
Turingia. Pero, ¿qué ocurre con este consumo alternativo frente a los gigantes
de la distribución masiva?
LE TEMPS es un
periódico suizo, que me sorprende con su título a favor del CONSUMO LOCAL.
Traduzco: "Probé los cestos de vegetales orgánicos entregados en casa por
unos meses para comer productos saludables, de temporada, de buen gusto y
cultivados por pequeños productores. Pero me di por vencida rápidamente porque
me costó demasiado: unos 60 euros la canasta, por los gastos de envío y embalaje.
En la región de producción esa cesta costaba la mitad", dice
Sabine, residente en Berna, cliente de VitaVerDura a 140 km por caminos de
montaña.
¿Deberíamos ver en este testimonio una señal de acortamiento
entre la agricultura local y el consumidor local? El artículo recoge el
testimonio de Joel Saurina: "Suministramos un promedio de 250 canastas
por semana, vamos aumentando entre un 5 y un 10% por año. Nuestro
objetivo es alentar la producción local. Todos estamos trabajando en la misma
dirección, hay quien hace panes, dulces, miel saborizada o quesos artesanales" En
VitaVerDura son siete personas que desde hace siete años en Rolle (comuna suiza
al borde del lago Léman) facturan más de un millón de euros anuales.
Este formato de PYMES ofrece cestas temáticas, verduras y
frutas, panes artesanales, dulces, carne, pescado e incluso barritas de
cereales "caseras". Me resulta tan familiar como los panes de Joaquín y Felipe,
los dulces de Alejandra o las verduras y frutas que Leandro reúne de las varias
granjas ecológicas que aquí - sí, aquí nomás- producen por La Porteña o Paraje
El Gallo. Y muy pequeñas producciones de quesos como mantienen los Salaberry o
tantas otras cosas que se cultivan a nuestro alrededor: el fenómeno está
incorporado en nuestro valle. Y casi ni nos hemos dado cuenta.
DE SUIZA CON AMOR
La nota me conmueve a unir las iniciativas locales, y tiene
vectores interesantes:
El productor
establece sus precios: "Los
clientes eligen sus productos a la carta y los pedidos se hacen por pieza, lo
que nos ahorra tener inventario o tirar mercancía", dice Noémie Thoos
en Label Bleu. Esta compañía de Neuchâtel, de unas diez personas, ofrece más de
800 cestas por semana a sus clientes, que suelen quejarse porque se confirma
varias veces su pedido para no cometer errores ni llevar algo que deberá volver
sin venderse.
Corto Circuito: Es una solución para el productor, el llamado circuito corto, limita los intermediarios
entre el agricultor y el consumidor. Durante mucho tiempo confinado a unos
pocos círculos de activistas ecológicos, este modelo alternativo se está
haciendo cada vez más popular.
En Valais, el productor Gérard Constantin se sintió tentado
por esta experiencia: "Es un modelo
que funciona, pero es agotador, al no imponer una suscripción a nuestros
clientes, nunca sabemos de antemano cuántos pedidos tendremos. A veces, en el
verano, solo entregamos 80 cestas mientras que, durante la temporada de
espárragos, en abril-mayo, llegamos a 200 ".
En los comienzos:
"Dejar de depender de los
distribuidores, ganar autonomía y defender el comercio local. El supermercado
nos compra el kilo de manzanas a 1,8-2 euros, pero solo recibimos este precio
después de clasificar los productos. Manzanas manchadas no vendemos, pero se
derivan para mermelada. En cambio, de manera directa colocamos el precio según
el tamaño o las ofertas del día", según Gerard Constantin, que gana entre
1,20 y 1,50 euros por kilo de productos vendidos en supermercados que los marcan a
5-6 euros por kilo, en cambio en sus cestas directas las mismas manzanas se venden
a 3,50 euros por kilo. El cliente gasta menos y él gana más.
Farm Taulard, de los hermanos Pache (en la localidad de
Romanel-sur-Lausanne), prefieren el modelo de la suscripción: "Hacemos el mercado de Lausana y
también distribuimos 140 cestas por semana. Los pedidos han permanecido
estables durante doce años y nos permiten vender entre el 40 y el 50% de nuestra
producción"
NO ESTAMOS TAN LEJOS
En un mundo hiperconectado y virtual, algunos consumidores
quieren tocar la tierra, la hierba, las aves y la cosecha. El picking -término
usado en logística para designar la estrategia en el armado de los pedidos-
propone nuevos modelos de negocios y atrae a los habitantes de las ciudades que
quieren reconectarse con el mundo campesino. No es novedad que Tandil aprovecha
sus árboles frutales, sus flores silvestres para polinizar mieles diversas, un
clima favorable para panes y masas levadas, la tradición quesera de sus vascos
y las huertas caseras. Los chacinados reconocidos y hasta hierbas medicinales.
Un estudio de la CEPAL (Comisión Económica para América
Latina, depende de ONU, y su responsabilidad es promover el desarrollo
económico y social en toda américa latina) expresa: "Los circuitos cortos, en su
origen, estuvieron principalmente vinculados a la demanda de proximidad social:
los consumidores buscaban un contacto directo y la generación de relaciones de
confianza con el productor, según modelos europeos de pequeñas comunas que
siempre alentaron la pertenencia y permanencia de los granjeros evitando el
colapso de las áreas urbanas. Hoy en nuestra región se destaca el creciente
interés en los circuitos cortos respondiendo también a exigencias de calidad y
trazabilidad de consumidores alarmados por las crisis sanitarias en los
mercados de alimentos. El actual auge de los circuitos cortos se
vincula al denominado "consumo alimentario ético" que busca generar cambios
sociales, económicos y ambientales a partir de las decisiones individuales
sobre qué, cómo y cuándo comprar. Por el lado de los productores agropecuarios,
los circuitos cortos se ven como interesantes oportunidades para diversificar
la producción, capturar un mayor valor y asegurar un ingreso más estable. Para
las comunidades locales, los circuitos cortos son una forma de revalorizar los
territorios, generar empleo y mejorar la calidad de vida de las áreas
peri-urbanas".
Nada lejos de nuestra historia y actividad serrana: sabemos
de moras, frambuesas y grosellas, tenemos un cinturón verde con zapallos y
zapallitos, rúcula y todas las hojas imaginables. Por FACEBOOK hay ofertas de
verduras caseras sin químicos, hay dulces y mieles. ¡Y hacemos los mejores
quesos del mundo!
Estamos bien lejos de Suiza,
pero ostentamos el enorme privilegio de vivir cerca de quienes producen. Como
si estuviéramos en el cantón de Vaud, en Nyon o en el barrio de Flon en las
afueras de Lausanne... sólo nos falta la nieve.
Nuestra recorrida pasará por los DULCES DE LA ABUELA (llevar
frasco o tupper para llenarlo), por PIN PUN PAN!, panes artesanales con o sin
gluten, levados o ácimos. Compraremos verduras orgánicas en UNA NUEVA TIERRA a
un grupo joven que conecta a quien las producen y arma los pedidos vía #Redes o
en su pequeño local. Iremos hasta El Paraíso para entender la diferencia de los
quesos LA JULIA, mínima producción familiar vasca con la presencia de sabor y
grano que permite comer ¡hasta la cáscara! Algunos ejemplos de nuestro valle
que eludieron las góndolas y los intermediarios. Esos CORTOS CIRCUITOS productivos, le dan batalla a la crisis y sacan
ventaja.
CIRCUITOS CORTOS de
COMERCIALIZACIÓN
Para el INTA, los Circuitos Cortos de Comercialización: CCC,
son una alternativa de crecimiento para los pequeños productores. Se trata
de un sistema de venta directa de productos generados con mano de obra familiar
en su mayoría.
Los CCC permiten incluir a productores de pequeña escala,
porque se basa en la venta directa, en forma individual o asociada, de
productos que surgen del trabajo con mano de obra familiar en su mayoría. Las
formas usuales son la entrega a domicilio, la venta en el propio predio
productivo, la oferta callejera ambulante o en puestos informales, generalmente
a la vera de rutas o calles muy transitadas. Otro medio son las ferias locales,
que pueden funcionar como complemento de las otras alternativas, de manera
organizada, fiscalizada internamente, buscando el precio justo y llegando al
consumidor de la forma más rápida y eficiente y con la mejor calidad de la
mercadería.
El término corto
está referido a la distancia relativamente cercana entre los lugares de
producción y venta, aunque se recurre a la participación de productos de zonas
más alejadas con similares características productivas para enriquecer el
sistema. Aquí aparece otro importante aporte que es el intercambio entre
productores de otras regiones o que en ciertas estaciones aportan lo que otros
climas no ofrecen. Hay una naturalización de estos intercambios asiduos y
rutinarios. Por esto, los CCC están ligados a procesos de cambio en conductas,
en patrones de producción y de consumo, porque involucran el concepto de MEJOR
SALUD de los humanos y el ambiente. La intermediación es nula o escasa, hay un
contacto directo entre productor y consumidor con una corriente de confianza
mutua. El INTA, analiza en detalle la tortuosa ruta de muchos productos que
deben respetar frío y no lo hacen, o no son tratados con cuidado y los golpes o
las estibas dañan la calidad, con la única alternativa de reforzar el embalaje
que nunca es barato. Cada pase de manos, cada carga y descarga, cada depósito,
le suma algo al precio y muy lejos de agregarle calidad...se la quita. Como
antecedente, los participantes comenzaron con el sistema de venta directa con
entregas a domicilio de un pack de hortalizas, o panes, o dulces que ellos se
encargaban de acondicionar y entregar. También, tuvieron la experiencia de
participar en diversas ferias en todo el interior del país. Otra de las
actividades fue la venta ambulante o en sus predios -que aún continúan
desarrollando- y en muchos casos exitosos con un lugar específico de producción
y venta que no necesariamente debe estar en el área urbana central... sino en los
bordes periféricos. Este trabajo del INTA, coincide con absoluta exactitud con
los modelos suizos, o los de euskal herria, gran parte de España, Francia o
específicos de la Renania alemana, Sajonia o Turingia: familias cuyos
integrantes aportan diferentes roles, el packaging es mínimo, al punto que en
muchos casos cada cliente lleva el frasco o un envase para el dulce o la miel,
el pan, la bolsa para las verduras o evitan plástico y papel en el proceso de
traslado.
PAN DE BUENA MIGA
Benjamín Bellido
(26) y Felipe Orbe (27) intentaron
juntos la magia del pan en la casa de los abuelos Orbe en Pasaje 1°de Mayo,
allá por 2014. Ensayo y error, con algunos libros y mucho Google. Eran amigos
de la infancia y un día se "chocaron" por la calle: Felipe ya hacía panes y
Benja dijo: "dame yo los vendo, y ...sí, en media hora tenía todo vendido y una lista
de 6 pedidos. No lo podíamos creer". Los primeros eran integrales con
semillas, sólo eso, pero descubrieron un mercado ansioso por nuevas migas y
cereales más sanos. A fines de 2015 deciden el desembarco en el mercado
orgánico. Para Felipe: "sentíamos que había que salir del pan de molde
y buscar harinas ecológicas, innovar. Pero fue todo instintivo, empezamos a
ensayar con masa madre y cultivos de levaduras distintas. ¡Tiramos tantos
fracasos incomibles! Mis abuelos ya estaban cansados. Así que alquilamos una
quinta y allí hicimos un horno experimental a leña"
Benjamín -pura sonrisa y simpatía- añora la diversión de esa
época: "Con unos chilenos vecinos hicimos un horno comunitario de barro y a
leña. Eso marcó la diferencia, ojalá lo tuviéramos acá, pero estamos en
Chacabuco casi Pinto, ¿sabes cómo nos sacan volando? Jajaja. Levar una masa al
lado de la fuente de calor constante es otra cosa. Y se cocina al instante o
muy suave, según cuando lo cargues y que querés conseguir. El pan es un mundo,
y cuando probas una costra crujiente y una miga aireada con real gusto a pan,
no volvés más al pan industrial, ni a las premezclas ni a los conservantes,
porque el paladar se acostumbra fácil a la harina sin mejoradores, a lo puro"
En Chacabuco 530, funciona PIN PUN PAN! la gente no
para de entrar y son las 18.15 del jueves. Hay 8 o 9 productos: pan de molde
integral con o sin semillas, pizzas y pizzetas, fugazzas blancas para
hamburguesas sandwichera hechas con manteca y leche; y la misma fugazza, pero
NEGRA (integral) suave y dulzona. Le suman pan redondo de campo y la vedette: ciabatta o "chapatas": típico pan
italiano de trigo blanco, con sal y aceite de oliva, sin ningún elemento graso,
para rellenar con mozzarella, jamón, cherrys, albahaca y un toque de horno de
solo 2 minutos. Benjamín sueña: "imagínate acá, así... a la pasada nomás, una
ciabatta con queso brie, una anchoa, nueces o higos y un golpe de horno,
chorrito de aceite de oliva... la meto en un papel de aluminio y te la comes en
la vereda ¡MORTAL! Eso es sabor puro, nada raro, sencillo. Ahí no hubo freezer,
ni conservantes ni mejoradores de nada. Hay que volver a lo simple y verdadero,
ya está la onda en marcha. Acá veo gente grande que se reencuentra con el
antiguo sabor de pan"
Me convidan con pequeños y desparejos crocantes, son
recortes de las ciabattas, imagino una picada para esos bocaditos crujientes.
Ahí me entero que los contratan para cumpleaños o cenas y ellos arman estas
delicatessen, también aprendo que ese pan sin mejorador alguno, aunque no sea
del día, con un toque de horno vuelve a su estado de recién hecho. Agradecen y
recuerdan sus primeros clientes: como Bio
Almacén en 14 de Julio y 25 de mayo, Calabaza,
Plaza Hotel, cabañas Las Pircas y Tandilia, y muchos más que
los fueron recomendando, porque ellos NO hacen publicidad; la novedad es que
hace 15 días abrieron su INSTAGRAM: @PinPunPan!
¿Cómo mantienen la calidad y de donde provienen las harinas
orgánicas? Son de Damián Colucci (Monte
Collado) y de Juan Kier de Benito Juárez (La Aurora), que hacen cereales orgánicos con la molienda integral
en Molinos Clabecq acá en el Parque Industrial. La manteca la consiguen también
en Paraje El Gallo. Cuidan con mucho celo los fermentos de MASA MADRE, que
sacan de la heladera y puedo oler ácidos y frutados ... tal como huelen las
maltas de cerveza. Ambos rescatan el acervo cultural del pan, que transitó la
historia de la humanidad, desde el ácimo, el sin lévito de los judíos, el seco
que dura meses, el de grano sarraceno: "El pan tiene el sabor y el olor de la
cultura. Si le falta gusto y es solo industrial... está señalando cual es la
cultura dominante. Si consumimos químicos y nos conformamos con el olor de una
esencia es que hemos perdido algún eslabón de la civilización. Volver a lo
manual, la madera, el mármol, el amasado, las semillas, el grano integral, la
masa madre, la hogaza de agujeros enormes, el crocante de la costra, el tostado
del borde del horno... eso es EL PAN. Estamos empeñados que el PAN vuelva a ser
PAN"
Bueno, si llegó hasta aquí en la lectura, vaya y pruebe. No
le costará nada, solo diga que yo lo sugerí. Un reencuentro que achicará el
tiempo vivido.
DESDE LA TIERRA
Delgado, armonioso y amigable desde el inicio, Leandro Rearte (35) en su local de San Martín
427 apuesta a la vida sana y a un mundo mejor. UNA NUEVA TIERRA es el nombre de su emprendimiento y no es casual
que ese "título" nos remita a la obra de Eckhart Tolle... donde el escritor
alemán plantea un renacer desde un lugar de cuidado personal y comunitario,
consciente de la finitud del planeta y de sus recursos, pensando en el buen
vivir, mejorando hábitos y conductas, planteando que "el mayor logro del humano, hoy
debería ser reconocer nuestra propia disfunción, nuestra locura".
Coincidiendo con Tolle, que alerta sobre la desgarradora
encrucijada de la humanidad: evolucionar o morir, miro el reloj, 19.30, abro la
puerta y saludo.
Cebollas, manzanas, acelgas y espinacas, hierbas, huevos y
remolachas hacen juego con la paz que infunde Leandro. Me entero de la "cadena"
de productores ecológicos serranos, como CALMA TIERRA, en La Porteña, donde
Mailen, Pablo y Cristian cultivan todas hojas verdes, tomates, papas y batatas,
zapallos de todo tipo que se complementan con las harinas integrales. Leandro
detalla cómo los cítricos vienen por transporte desde Entre Ríos -
"Bio-Citrus"-, donde su amigo productor los envía cada semana. Pero hay más
agricultores orgánicos: "no es fácil porque la huerta orgánica
requiere mucho trabajo, saberes y tiempo. Y no siempre el cliente reconoce que
las zanahorias más pequeñas, los tomates desiguales, las manzanas sin lustre o
desparejas... son las mejores. Vivimos una cultura industrializada donde lo
perfecto, brilloso, parejito -no importa que tanto aditivo o químicos tenga-
sugiere ser lo mejor, ya no hay siquiera frutales en los jardines de las casas...
¡ni un limonero! La producción orgánica tiene que luchar con las napas
contaminadas, las "derivas" de vecinos que fumigan y mantener la
SUSTENTABILIDAD de manera ecológica, no es tan cómodo como la agricultura
extensiva, ni es la perfección de los productos en una góndola"
También sabemos que una alimentación sana, requiere de
nuevos hábitos -que tuvimos, pero hemos dejado en el pasado- y siempre será
mejor lo que producimos más cerca, sin agregados de nada y "de estación". La
reflexión de Leandro me lleva a pensar que en pleno julio comemos frutillas sin
sabor y tomates enormes con gusto a nada, que nacieron y vivieron con luz
artificial, fertilizantes y químicos a temperatura y humedad forzadas que
-obvio- necesitan pesticidas para lidiar con los hongos. Cuando yo era chica,
los tomates eran de verano, las peras de junio y las uvas de marzo. Los higos
en febrero, las ciruelas en diciembre y el limonero de casa daba las 4
estaciones. Era natural que tuviéramos un árbol de quinotos, mandarinas, un
ciruelo y UNA HIGUERA.
Leandro comenta: "recuperar el sabor de la papa de cutis
natural, el perfume de la manzana, una berenjena no debe ser gomosa sino con
textura crocante, sabor y aroma. Los cereales modificados que de mil maneras
comemos -snacks aceitados y con aditivos que nos vuelven adictos- entran al
cuerpo y nada bien nos hacen. Las etiquetas de los conservantes son enormes,
pero con letras tan pequeñas, que, si las leyéramos con una lupa, tal vez no
llevaríamos ese bocado a la boca". Los precios de las verduras en "Una Nueva
Tierra" no son más caros que en la verdulería normal, pero la CALIDAD es
altamente superior. Resulta fantástico elegir olfateando, mordiendo para
probar. No usando solo los ojos. Una vez que se prueba, ya la vida cambia para
siempre porque el reencuentro con el sabor provoca enorme y saludable placer.
Leandro suma otros productos orgánicos, desde fideos de harina de garbanzos o
lentejas, tes esenciales, arroces orgánicos de varios tipos, hasta especias
puras, como esas ramas de canela que me regaló.
Para cerrar, recorto un trocito del último capítulo de Una Nueva Tierra de Eckhart Tolle: "Los cimientos de la nueva tierra están en
el despertar de la conciencia. Una nueva especie comienza a surgir en el
planeta. ¡Está surgiendo ahora y es usted!"
GRACIAS, Leandro Rearte.
SOLO FRUTA Y AZÚCAR
Alejandra Tangorra (51) es profesora de plástica, y allá por
1999 inició el dictado de los cursos en "La casa de la madre soltera". Con su
amiga Baby Bálsamo, hicieron talleres, generaron sinergia...hasta que un día
-nunca habían logrado cobrar honorarios por las clases- decidieron encarar la
producción de dulces con una parte del grupo que ya funcionaba y así
apechugaron la crisis del 2001/2. Finalmente siguieron ellas dos solas, y en
2008 Alejandra decidió alojar la fábrica en una casa que le pertenecía en las
Heras 590, quedando sola con el proyecto "Dulces de la Abuela". Allá fui, y
creo que me orientó el aroma casero, la encontré acomodando decenas de tarros
mientras conocí la pulpa de frutas que congela para preparar después. Ella
sola, sin ayuda y sin pausa.
Alejandra hace el café que compartimos con la charla,
mientras controla la mermelada de tomate que se cocina lenta: "mira,
yo hice un diagnóstico para emprender algo en serio. Descubrí tres cosas: 1-
los dulces eran demasiado dulces, debía retocar las proporciones de azúcar
porque el sabor de la fruta quedaba oculto 2- La materia prima podía ser una
variable de ajuste, tenía que ver dónde la conseguía, como recolectaba de
amigos, vecinos o quintas ...ya las casas no tienen frutales porque caen las
frutas y hacen un chancherío que no está bien visto en los jardines. El asunto
del paisajismo desplazó las higueras y los ciruelos, ya ni siquiera quedan
quinotos, o limoneros llenos de azahares... yo debía regenerar la idea de los
frutales como antes. 3- Tendría que pensar una manera de producir y también
atender al público. Fui a varias ferias: Semana Santa, Degustar, Expotan, y al
final decidí que vendería acá en mi local, y me arreglaría para cocinar,
procesar y eventualmente congelar la pulpa para ir haciendo de a poco. También
me plantee NO ENVASAR todo, sino hacer como en muchos países de Europa que la
gente lleva su frasco o su tupper... pesar y cobrar según la cantidad. Nada de
etiquetas"
Funcionó,
Alejandra agregó un cálculo para que el precio de esa calidad -solo fruta y
azúcar sin espesantes, ni glucosa, ni gelificantes- no fuera superior al
industrial de góndola, pero con el sabor de la mermelada de verdad, al valor de
un frasco de entre 60 y 70$ x 450 grs.
Así me entero que los procesos industriales trabajan con esencias de
frutas, gelificantes y para resultar un tanto más naturales les agregan
semillas, que vienen deshidratadas. La lista de los DULCES DE LA ABUELA, tiene
sabores de ciruela, pera, manzana, damasco y durazno, higo, tomate y unas
mezclas de su invención: MACEDONIA (manzana-naranja y pera), MANZANA MORENA
(100 % azúcar negra y limón), le suma un novedoso un mix de manzana, canela y vino,
el clásico batata con nuez, y zanahoria con nueces. Alejandra no olvida los
higos en almíbar, el zapallo y las batatas.
En momentos de gran producción, como máximo se suma una
amiga, sino siempre trabaja sola: "En épocas de cosecha, de frutos maduros, no
paro! Es día y noche, una parte se procesa para congelar la pulpa, otra se va
cocinando para hacer el dulce, y vamos limpiando. Esos días el local está
cerrado. El resto del año me voy dosificando con la fruta de invierno, la pulpa
congelada y con el DULCE DE LECHE que es mi gran logro. Un toque de especias,
un sabor diferente, exótico, una buena vainilla, o un agua de azahar pura hacen
la diferencia. Aprendí que la cocción es mágica y si se hace bien, rescata el
azúcar propio de la fruta. También entender que muchas veces ciertas frutas en
ciertas épocas, no espesan lo suficiente; no hay que poner ningún gelificante,
hay que DECIR LA VERDAD, NO MENTIR, esa salió así porque la fruta vino de mucha
lluvia, o demasiado joven. Perder la confianza de la gente, para mí sería
trágico"
Había llevado mi frasco vacío, compré mermelada de higos. Me
despido y saliendo recuerdo la frase de mi tía Ema en la cocina de su casa en
Vela, mientras revolvía la cacerola de cobre llena de ciruelas y mucho clavo de
olor: "Si la vida es corta, al menos que
sea dulce"
DE LOS PIRINEOS A
TANDIL
En el km 161,5 de la R.N.226, en El Paraíso, las chacras
18,19 y 37 son de los SALABERRY. Vascos
de Banka (Baja Navarra del lado francés de la Euskal Herria), donde Pier
Salaberry y Caterina Iriarte tenían finca y hacían quesos en medio de los
Pirineos: en Saint Jean Pied de Port.
De allí, partió en 1876 el abuelo de los hermanos Daniel y Juan Carlos, y de su prima Beatriz que suma la trilogía de LA JULIA: el nombre de la abuela, el nombre de los quesos. El tambo
es grande y entregan a las usinas lácteas, pero una pequeña parte de esa leche
va a la quesería, solo 200 litros por día, para hacer 20 kilos diarios de queso
de pasta semidura. ¿El motivo? Mantener la tradición, sin etiquetas ni otra
cosa que no sea "a la antigua", esa heredada y asumida forma casera de hacer
quesos.
Juan
Carlos (62) explica que "nunca pensamos ampliar la producción, este
es un homenaje a la sangre. La fórmula del queso es mágica: solo buena leche,
cuajo y temperatura, mano para la lira, agua con sal (salmuera) y tiempo. Nada
más, claro que hay que tener ojo para el grano y la medida justa del fermento,
acá no usamos parafina, la cáscara se hace sola"
En LA JULIA, la leche lleva 80 cc de cuajo para los 200
litros, que van a ollas de casi cien años, por media hora se mantiene
calentando a 32°, descansa otra media hora hasta que suelta el suero y con una
"lira", algo así como una paleta de finísimos alambres, se "corta" la masa que
se forma al centro de la olla, requiere mucha cancha y debe cortarse en varias
direcciones para formar "el grano", que para el semiduro no puede ser ni muy
chico ni muy grande. Se escurren esos granos a los moldes cubiertos de
liencillo de algodón, para que suelte el suero que todavía queda en los granos.
Va a la prensa, y suelta más suero. Se saca, se invierte y más prensa para que
escurra el residual de líquido. Al otro día se retiran de los moldes, se les
quita el lienzo y el queso ya tiene su forma definitiva para ir a la salmuera
(agua saturada de sal) sumergidos durante otro día. Luego: al estante a
descansar volteando el lado día tras día. Esa maduración le consolida la
cáscara y le permite desarrollar el sabor. Los quesos de LA JULIA no tienen
etiqueta, llevan un SELLO DE TINTA y eso es todo.
Juan Carlos reflexiona que sus nietos serán la 6° generación
haciendo quesos. Es un legado, aunque ellos estudian y tal vez se dediquen a
otra cosa: "aquí está la sangre vasca, el tambo se llama DENAK BAT ("todos juntos"
en euskera), esto somos, hasta aquí lo cuidamos y estamos convencidos que las
nuevas generaciones valorarán mucho más aún, porque piensan en el
medioambiente, en lo natural y orgánico... creo que para ellos guardamos estos
secretos"
Esta pequeñísima producción artesanal y preservada en el
tiempo, es para clientes, para los avezados que gustan de un sabor antiguo y
perfecto. Salvo que algún turista o tandilense se adentre por El Paraíso hacia
las sierras unos 600 metros, LA JULIA está en los estantes de Don Rosendo (Estrada y Rivadavia), El Resueyo (Rodríguez 176), Época de Quesos (14 de Julio 604), o Puesto Chico (Constitución y 14 de
Julio).
Para esta forma dura y constante, a la manera de los vascos
(como el texto de cierre de Pío Baroja), me resulta apropiado un refrán que
sella la esencia de los Salaberry: "Dezagun gutxi dezagun beti", traducido
del euskera: "Lo poco que hagamos,
hagámoslo siempre."
LA TAHONA DE PÍO
BAROJA
Pío Baroja nació
un
inocente 28 de diciembre de
1872 en San Sebastián, y murió en Madrid, en 1956 con 84 años. Estudió
medicina, pero su aguda mirada vasca más el amor a la escritura, lograba en
cuatro líneas describir un clima de olores, sabores, refranes y
costumbres... como pocos escritores. Sus
cuentos resultan el reflejo destellante del mundo cotidiano, y sus novelas, la
sucesión de los hechos rebeldes y anárquicos del tiempo que le tocó vivir. De
familia de panaderos, y conocedor del submundo donde la pobreza y el hambre
juegan en armonía como parte esencial de su novela "LA BUSCA", una de las que
componen la trilogía de "LA LUCHA POR LA VIDA". Escrita en 1905, narrada con la
sencillez del que busca sobrevivir en el bajo fondo de Madrid. Así LA BUSCA -
texto que hoy nos ocupa- describe la vida de Manuel, un joven que llega a
Madrid procedente de provincias, y su lucha diaria para salir adelante.
Puntilloso retrato de las clases más bajas durante la transición del siglo XIX
al XX. En ella aparecen vagabundos, busconas, ladrones, pícaros. Manuel empieza
en una TAHONA, como en España les llaman a las cuadras de panadería.
"lo pusieron en el horno a ayudar al oficial de pala. El trabajo era
superior a sus fuerzas. Se tenía que levantar a las once de la noche, y
comenzaba por limpiar con una raedera unas latas de hierro, en donde se cocían
bollos, pasándolas, después de frotadas, con una brocha untada en manteca
derretida; hecho esto, ayudaba al oficial de pala a sacar la brasa del horno
con un hierro; luego, mientras el hornero cocía, iba cogiendo tablas
pesadisimas, cargadas de panecillos, y las llevaba del amasadero, a la boca del
horno; y cuando el oficial metía los panecillos dentro, volvía Manuel con las
tablas al amasadero. A medida que el pan salía del horno, lo mojaba con un
cepillo empapado en agua, para dar brillo a la corteza. A las once de la mañana
se concluía el trabajo, y en los intervalos de descanso, Manuel y los trabajadores
dormían. La vida allí era horriblemente penosa. La tahona ocupaba un sótano
oscuro, triste y sucio. Estaba el piso del sótano por debajo del nivel de la
calle, la que se veía por unas ventanas con cristales tan oscurecidos por el
polvo y las telarañas, que no dejaban pasar más que luz turbia y amarillenta. A
todas horas se trabajaba, entrando a la tahona por una puerta que daba a un
patio grande, en el cual se levantaba un cobertizo de cinc agujereado, que
protegía de la lluvia, o trataba de proteger al menos, las cargas de ramaje de
retama y las pilas de leña allí amontonadas"
"se veían en las paredes del corredor cestos de repartir, palas del
horno, blusas, gorras y zapatos colgados en clavos, y en el techo, gruesas
telarañas plateadas y llenas de polvo. A ambos lados del pasillo, y a la mitad
de su longitud, se abrían dos puertas frente por frente: una daba al horno; la
otra, al amasadero. El sitio del horno era anchuroso, con las paredes
recubiertas de hollín, negro como la cámara oscura de una caverna, sin iluminar
apenas nada. Delante de la boca del horno, en un tinglado de hierro, estaban
colocadas las palas; arriba, en el techo, se entreveían tubos grandes de
chimenea cruzados. Al amasadero, llegaba una luz pálida por dos ventanas que
daban al patio, con los cristales empañados por el polvo de la harina. Había
siempre allí diez o doce hombres en camiseta, agitando los brazos
desesperadamente sobre las artesas, y en el fondo del local una mula movía
lentamente la máquina de amasar. La vida en la tahona era antipática y molesta;
el trabajo, abrumador, y el jornal, pequeño: siete reales al día. Manuel, no
acostumbrado a sufrir el calor del horno, se mareaba; además, al mojar los
panes recién cocidos se le quemaban los dedos y sentía repugnancia al verse con
las manos infiltradas de grasa y de hollín"
"Karl Schneider; había venido a España huyendo de las persecuciones de
su país, vagabundeando. Tenía veinticuatro o veinticinco años, los ojos muy
claros, el pelo y el bigote casi blancos, de puro rubios. Hombre tímido y
flemático, todo le asombraba y le parecía difícil. Nadie le hacía caso; los
demás panaderos, una colección de gallegos bastante brutos, le trataban como a
una mula. Pronto pudo ver Manuel que el alemán, a pesar de su brusquedad, era un
excelente muchacho, muy inocente, muy sentimental y de candidez paradisíaca. Al
mes de trabajar en la tahona, Manuel consideraba a Karl como su único amigo. El
único vicio del alemán era la borrachera: continuamente tenía sed; pero tenía
un método en su vida y las horas libres las pasaba leyendo los dos tomos que
constituían su biblioteca: Uno, Las ilusiones perdidas, de Balzac, y el otro,
una colección de poesías alemanas. Estos dos libros, constantemente leídos,
comentados y anotados por él, le llenaban la cabeza de preocupaciones y de
sueños. Entre los razonamientos amargos y desesperados de Balzac, pero en el
fondo llenos de romanticismo, y las idealidades de Goethe y de Heine, el pobre
hornero vivía en el más irreal de los mundos. Muchas veces Karl explicaba a
Manuel los conflictos de los personajes de su novela favorita y repetía citas
como: LA IGNORANCIA ES LA MADRE DE TODOS LOS CRÍMENES."
"El
aguardiente le traía a la memoria canciones de su tierra, y las cantaba, llevando
el compás al andar. Mientras iba por las calles céntricas caminaba derecho;
pero cuando llegaba a las callejuelas apartadas, a las avenidas desiertas, se
abandonaba al placer de trompicar y de ir haciendo eses, dando un encontronazo
aquí y un tropezón allá. En aquellas horas todo le parecía al alemán grande,
hermoso, soberbio; el sentimentalismo de su raza se desbordaba en él y
comenzaba a recitar versos y a llorar, y a cualquier conocido que encontraba en
la calle le pedía perdón por su falta imaginaria y le preguntaba si seguía
estimándole y concediéndole su amistad. Por muy borracho que se encontrara,
nunca se le olvidaba la obligación, y a la hora de cocer se marchaba vacilando
a la tahona; se ponía a la boca del horno, se le pasaba de golpe la borrachera
y trabajaba como si tal cosa, riéndose él solo de sus extravagancias"
"La Busca" Pio Baroja
Editorial Caro Raggio. Madrid -1905
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