23 de febrero de 2025
En la calle Monseñor de Andrea 111, se ubica un restaurante que contiene parte del corazón de Italia
por
Noelia, de Tandil A Gusto
Debo admitir,
que hacía unos cuantos días que venía coqueteando con Giuseppe. Yo pasaba por
su puerta, y él siempre se mostraba pintón y expectante. Seducía a la gente que
pasaba por allí con su pizarra en la vereda anunciando "pastas frescas
y focaccias".
Fue el sábado
más caluroso del verano, donde ya no sabía literalmente cómo escaparme del calor abrumador, que nos
encontramos por primera vez con Giusseppe. Quería salir de casa pero al mismo
tiempo sabía que ese día en particular, quería entregarme a los brazos de algún
lugar que me brinde frescura y tranquilidad para apaciguar tanto calor.
Entonces, dije firmemente "vamos a GIUSEPPE".
Arribando al
restaurante, se encontraba silencioso y solitario, un cocinero preparando
pastas de cara a la ventana. Pasaban autos y personas tratando de mitigar el
verano arrollador, pero él no despegaba su vista de las pastas,
completamente sumido en su trabajo.
Entré, y pude
respirar parte del alma italiana, suaves voces de comensales que
murmuraban, manteles a cuadrillé rojos y blancos y una luz tenue que relajaba
la vista. Quisimos vivir la experiencia en el patio y fue cuando Moira dijo :
" ¿Qué les parece si van al quincho?, hace demasiado calor y ahí tienen
aire acondicionado, teniendo en cuenta que van a comer pastas..." , me
pareció muy atinada su propuesta.
Salimos al
patio o mejor dicho a una especie de paraíso con aire selvático. ¡Qué lugar!
pensé. Me dije a continuación: todo
Tandil tiene que conocerlo. En el medio de este enorme patio se encontraba
un oasis: una pileta de agua cristalina donde se reflejaban muchas de aquellas
luces. Había abrazados por plantas, distintos rincones suavemente iluminados y
detalladamente decorados que hablaban amablemente.
Ubicados en
nuestro lugar, nos sentamos en una larga mesa que sólo tenía una jarra antigua
con dos o tres hojas enormes de decoración. Moira se acercó a una de las
lámparas e intentó buscar distintas iluminaciones preguntándonos si estábamos a
gusto. Desde un gran ventanal podíamos ver el patio iluminado, el reflejo del
agua y así disfrutar de una cena pacífica.
La carta no
era extensa, quizás la sección de bebidas me resultó muy acotada. Ofrecía
distintas focaccias, bruschettas de entrada y pastas frescas con sus
respectivas salsas para elegir. Nuestra camarera preguntó : "¿Tienen
alguna duda respecto a las pastas o las salsas?" me resultó profesional
de su parte.
La bebida
arribó acompañada de un pequeño platito antiguo que contenía dos porciones de
focaccia con un quesito por encima , y cebollitas picadas. Pedimos de entrada
una bruschetta con queso azul, aceitunas negras y cebolla caramelizada.
Al cortar la
suave bruschetta me tomaron por sorpresa los sabores. Había mucha
intensidad por parte del queso azul como nos tiene acostumbrados pero
principalmente las cebollas caramelizadas tenían un dulzor que destacaban. Delicioso.
Platos
elegidos : raviolones de pollo y hongos con salsa 4 quesos y sorrentinos con
pasta de ajo y tomate con salsa fileto.
El punto de la
pasta era a mi entender, el ideal. Los raviolones estaban al dente, sin llegar
a estar al chiodo, y en el relleno se percibía la sazón del pollo y los hongos
finamente picados. La salsa estaba sumamente cremosa y con la intensidad de
sabor justa. Acompañaba perfectamente a los raviolones sin llevarse todo el
protagonismo.
¿Cómo no
dejarse tentar por un delicioso cannoli y un tiramisú? ¡Viva Italia!
El cannoli era
todo lo que esperaba. Bien crocante y robusto por fuera, suave y cremosa ricota
por dentro, coloridos pistachos picados y una sutil lluvia de azúcar impalpable
que le brinda el toque. Este cannoli me hizo feliz.
Quedamos
sumamente satisfechos y con los paladares alegres, sorprendidos con la manera
de hablar que tiene Giuseppe.
Volviendo a la
recepción, nos encontramos rodeados de algunos camareros, los comensales habían
partido ya. En una de las paredes donde colgaban ollas y sartenes de cobre, que
hablan a los comensales con nostalgia, se encontraban variados paquetes de fideos
italianos ubicados en distintos estantes. Algunos fideos eran más pequeños
pero con el asesoramiento entusiasta de nuestra camarera Moira elegí estos
sustanciosos fideos de paquete de 500 gramos.
Estando allí,
antes de despedirme de GIUSEPPE, mientras un enorme cuadro de Sofia Loren me
observaba, reflexioné sobre varias cosas. ¿Qué fue lo que me dijo este
lugar? Quiero destacar, más allá de la preparación de los platos que
estuvieron muy bien y dejaron en mí sus intensos sabores, la importancia de los
detalles y el buen servicio que este establecimiento me brindó. Ahora que tengo
la oportunidad de expresarlo y compartirlo con
ustedes, espero que este lugar abrace a trabajadores que
desarrollan su oficio con tanto entusiasmo y profesionalismo como la camarera
Moira, y el misterioso cocinero que nunca despegó la mirada de sus pastas. Estos
profesionales me llenan el corazón de emoción y respeto.
Volveré pronto a esta pequeña Italia ubicada en nuestro Tandil
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