ENFOQUE
20/11/2024
Por Alejandro Latorre
Tal vez cada nacimiento se produzca tras un gesto leve y diminuto, como el aleteo de una mariposa. Tal vez todos nosotros estemos hoy aquí por el sutil idioma de un cortejo humano, no tan diferente al de una abeja o al de un hornero.
Puede que cada una de las vidas vividas dentro de la vida del hombre haya sido producto de un arrebato del deseo por el crecimiento desenfrenado, de la pulsión de la imaginación salvaje.
Si es así, qué suerte tienen los que por estas horas se topan con algunos de los arlequines de las posibilidades mágicas, como el que desde la vereda de la Unicen se muestra ante el mundo con el talento innato de presentar, algo que no pasa de moda por más inteligencia artificial que se quiera implantar.
En el frente de la Universidad Nacional del Centro, en el frente de esa trinchera de la guerra contra la oscuridad, está Gerardo Medina, que es mucho más que decir ese nombre, es El Teto, el de la simpatía y bonhomía sin par, lo necesario para empezar a extender la barrera de lo posible cuando la gente todavía no goza (o padece) la mayoría de edad.
Medina es Licenciado en Comunicación Social y un gran estudioso de ese universo intelectual de ciencia y sociedad, pero en su rol laboral lo que aprendió de su patria chica, Vela, tal vez sea lo que marque más la diferencia.
Nadie podría sacar la cuenta exacta de la cantidad de alumnos de las escuelas secundarias que guio para conocer el campus universitario y mucho menos de las marañas de sueños luminosos que generaron sus primeras palabras en quienes el día de mañana curarán, actuarán en los teatros, en los laboratorios o programarán el futuro; pero hay gente que lo ve y, aunque él no lo pida, lo aplaude de pie.
Entre ellos está el autor de esta nota, brindando por el humilde e indispensable trabajo cotidiano del artesano de la oralidad, ese amigo del alba, ese tipo que miles recordarán por haber estado unos segundos antes del inicio de la claridad que dan los libros, los pizarrones y la paciencia para subir escalón tras escalón hasta llegar a la cima en donde se cuelgan las medallas y se empiezan otros días para alumbrar a los demás.
Las oraciones que componen este artículo, que también son abrazos, fueron dictadas por todos los pibes que están en marcha con sus anhelos bajo el brazo tras escuchar las charlas iniciáticas del "nodocente" y por los cronopios que entre pasillos lo cruzamos a diario.
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