OPINION
10/10/2024
Por el licenciado Angel Orbea, presidente del Colegio de Psicólogos del Distrito VIII.
Para este 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, conviene señalar que en nuestro país ese sector de la salud funciona como una suerte de movimiento social sumamente heterogéneo, donde se yuxtapone una serie de disciplinas y saberes que, en su circulación, van de la opacidad a la hiperclaridad, con rendimientos imposibles de medir o evaluar, siempre a favor de la gobernanza y de las personas.
Pero una cosa es autoevidente: Salud Mental es el sector que menos presupuesto y recursos requiere y en el que nadie podrá afirmar cómo es la salud mental de alguien.
La salud mental no es un estado, no pasa por la salud de alguien: es un movimiento, un sector pobre del orden público regido por una Ley que se puede sintetizar en tres principios: la autonomía de las personas, de los derechos que garantizan la accesibilidad y también lo que se afirma como "nadie puede ser considerado incurable".
Si bien sobre los dos primeros hay tanta ideología como idealismo, esos principios vienen a poner coto a una hegemonía plena de cierta psiquiatría que durante décadas se mantuvo sujeta al Estado, cuyo emergente es el manicomio. Con cada vez menos manicomios, esos principios se extienden en una perspectiva territorial buscando nuevos horizontes, basados en "cuidados" de alcance incierto. Quizás éste sea el punto de mira de un gobierno que suele aplicar dos lupas en un mismo blanco; lo econométrico y la ideología, por eso de entrada la emprendió contra el Hospital Bonaparte y hay que ver cómo sigue.
Sobre el tercer principio hay que hacer una revisión, ya que el ser humano es un cuerpo vivo afectado por el lenguaje, entonces el sentido y la palabra serán las herramientas más puras del trabajo en Salud Mental. Con esas herramientas se prueba que el humano hablante está incuestionablemente enfermo. Enfermo de la palabra que lo toma durante el sueño e insiste en la vigilia. Son esas palabras que, según San Agustín, vienen de los otros y sorprenden en desnudez. Palabras que toman a un muerto y lo inmortalizan, o recíprocamente, hacen de un vivo un muerto. Y palabras que darán base a lo infantil y lo amoroso, pero también al odio y al logos.
Aunque de capacidad "curativa" relativa, el movimiento de la Salud Mental siempre puso nervioso al gobernante. Lo vemos en estos días. Una vez más, se cumple aquella sentencia de Jacques Lacan de 1967: "es sobre el loco y el niño sobre los que se cierra la segregación".
No son delirios: por un lado, o por otro, el ajuste llega a Salud Mental en un momento donde las tensiones, la confusión y la incertidumbre toman diversas formas, algunas patológicas.
Más que nunca, el movimiento de la Salud Mental debe jugar la partida elucidando una interpretación que reafirme lo anterior pero que también se abra a lo nuevo, sin idealismos.
En el Día de la Salud Mental, saludamos a los colegas, nos sumamos a la alegría, buscando también la lucidez necesaria para no ser un grupo más de extraviados, en una época donde la digitalización de la vida es el nuevo Edipo.
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