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A los 98 años falleció Liri Baretta

19/02/2020

Días atrás nos dejó la reconocida Liri, a sus 98 años.

La recordamos con el siguiente texto, cuando fue "Personaje de la semana", en nuestra edición escrita.

Liri Baretta, una maestra especial

(Por Mauro Carlucho)

Elida Cucci de Baretta es nuestro #Personaje de la Semana. Liri, como la llaman todos, es una verdadera pionera de Tandil. Desborda de alegría. "He sido muy feliz, no tengo nada de que quejarme. Mi nombre está en un teatro y hasta me pintaron un mural en el barrio, cuando falte no me van a poder olvidar tan fácil". Una mujer imprescindible en la historia del pago chico. Compartimos un poco de su vida.

Cuando surgió su nombre para esta sección, pensamos en ir a buscarla a su casa de calle Pellegrini, pleno barrio de la estación. Contactamos a su hijo para ir a verla y nos informaron que se había mudado a una residencia geriátrica.

Inmediatamente nos surgieron algunas dudas. ¿Cómo estará Liri? La recordábamos tan jovial y alegre que teníamos miedo de hallarla distinta.

Por suerte cuando entramos al geriátrico la vimos reluciente. Sentadita en una mesa, jugando al solitario, estaba al tanto de todo lo que pasaba en la sala. Sabía que iríamos a visitarla y así se lo había hecho saber a toda la comunidad.

Hace poco tiempo que se mudó. Ella aclara que era por la soledad. "Para estar más acompañada", nos dice. En pocos días movilizó todo el establecimiento. Por supuesto que llevó un teclado para despuntar el vicio. Pero también armó un grupo al que le enseña a tejer y compartió algunos juegos de naipes para las horas largas.

"Hace poco cuando cumplí los 95 años -nació un 3 de agosto de 1921- vino todo el mundo. Mis amigas me decían que este lugar parecía un hotel de 5 estrellas más que un geriátrico. Está muy bien cuidado, la gente es muy amable. No sentís olores feos y la pasamos lindo. Yo me divierto", sostuvo a ElDiariodeTandil.

Buscamos un lugar más tranquilo para ponernos a conversar. Nos invita a una sala ubicada frente al patio. Camina con el andador, pero aclara que es "por confianza", ya que puede moverse sola sin problemas.

Para ir entrando en confidencia le pedimos que nos hable de su infancia, de sus padres. Ella se pone el "casete" y comienza: "Primero te quiero aclarar que fui muy feliz toda mi vida. En la infancia, en mi adolescencia, como estudiante y de novia ni te cuento. Me casé con un hombre modesto y trabajador. Siempre luchamos a la par. Trabajé y fuimos progresando juntos. No fuimos ricos, pero nunca nos faltó nada. Ahora sí, pregúntame lo que vos quieras".

Llegó al mundo en un edificio que estaba ubicado donde hoy se encuentra la Clínica Chacabuco. Allí se erigía la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos. "Mi abuelo era el encargado del salón. Hacía de todo pobre. Era cobrador, limpiaba, gerente. Mi padre trabajaba en el campo. Era constructor. Hacía galpones y casas en las estancias de la campaña. Éramos 9 hermanos y no nos sobraba nada. Cuando tenía 6 años nos mudamos a 14 de Julio al 200, era una casa que había levantado mi padre. Recuerdo que tenía una palmera y hoy todavía está en pie. Fue una de las primeras que hubo en la ciudad".

Todos sus estudios los hizo en la Escuela Normal, donde llegó a recibirse de maestra. Pero al mismo tiempo empezó con la música. "Tenía siete años y mi padre quería que yo estudie piano. Era como un orgullo para él. Pasé por varias maestras al principio y no les gustaba mucho, hasta que un día me llevaron con el maestro (Isaías) Orbe. Lo recuerdo como si fuera hoy, fui acompañada de mi padre y el maestro me sentó al piano. Me pidió que toque un tango y enseguida dijo: ?Esta señorita va a llegar lejos?. Imaginate la cara de mi padre. Orbe era una persona muy destacada en aquel tiempo", indicó.

En la escuela no se lució tanto como en la música. "No era mala alumna, pero era medio haragana y no tenía las mejores notas", recuerda. Con la música era un diamante en bruto para el maestro Orbe. Todavía era apenas una adolescente cuando la nombró su ayudante en las clases. "Con él me gané el primer sueldo a los 16 años. Donde hoy está la Universidad, antes estaba el Hotel Palace. En las noches de verano un grupo tocaba musica en un escenario que estaba sobre el comedor. Eran todos maestros. Orbe, los Nielsen, gente muy respetada. De joven me invitaron a tocar con ellos. Recuerdo que me pagaron 40 pesos por la presentación. En aquella época era imposible pedirle plata a nuestros padres, me vinieron bárbaro", comentó.

Cada relato, cada historia, terminan inexorablemente con una carcajada. Se siente segura, no le debe nada a nadie. Es más, dio todo lo que tenía a su alcance por amor a la música.

Antes de dedicarse por completo al piano ejerció como maestra. Estuvo casi 7 años viviendo en el campo -venía de tanto en tanto a la ciudad-. Fue maestra en Lumb (partido de Necochea), en la Numancia y en Napaleofú. "Fue una etapa muy linda también, sacrificada. Pero no me quejo, siempre hice muchos amigos y pude hacer lo que me gusta", explica.

En esa época conoció al que sería su esposo a lo largo de  toda la vida. Ella había venido del campo a pasar un fin de semana cuando fue con su hermana a una retreta. Seguro el 95% de ustedes se preguntarán que era esto. Se trataba de un evento habitual en los años ?40. "Había una banda musical que tocaba en el kiosco y la gente caminaba por calle Independencia hasta la Iglesia. Las chicas caminaban por el veredón y los caballeros se paraban mirando como si fuera la vuelta al perro. Ese día yo fui con mi hermana, por ahí lo vi y pensé: ?¡Que churro este hombre!, ¡qué lindo sería hacerlo picar para la kermesse del Santamarina!".

Esa desfachatez le vino de fábrica. Es extrovertida y alegre. "Pero la historia sigue", nos dice. "Cuando estamos entrando al baile lo vemos atrás nuestro. Pensé que yo también le había gustado y me puse contenta. De pronto nos sacan a bailar, pero el sacó a mi hermana y un amigo me sacó a mí. Me quería morir. Pasaron unos temas y cambiamos de pareja. Recuerdo que estaba tocando la orquesta de los Hermanos Ballent. Hablamos de música, porque él también era músico, de golosinas y caramelos. Eran otras épocas ¿no?".

Luego de 4 años de novios dieron el sí ante el altar. Ella tenía 27 y el 29. No lo pudieron hacer antes por falta de fondos.  "Mi marido trabajaba en el Molino El Progreso y apenas ganaba 115 pesos por quincena. Tuvimos que ahorrar para comprar la casa y todo lo que necesitábamos. Había que adaptarse a lo que había, pero ojo, no me quejo".

Don Baretta compró una casa vieja en el Barrio de la Estación a cuatro mil pesos. Era muy humilde, apenas una cocina rustica, el cuarto y una letrina en el fondo. "Trabajó mucho en la casa, porque no teníamos nada. Al costado vivía los Pasty y no había paredes, apenas unos alambres".

Cuando se casaron Liri debió dejar su oficio de maestra rural, ya que no podía estar viviendo en el campo. Su marido le propuso que dicte música en la casa y retome su otra pasión.     

"Que te voy a decir de la música, me dio todo. Trabaje muchísimo durante toda mi vida. Empecé con unos pocos alumnos y en un momento no entrabamos en mi casa de tantos que eran. Trabajé con el maestro Orbe en la Universidad Popular. En aquella época Juan Buzón era el caudillo del pueblo. Fundó la escuela, pero nunca la oficializó. Nos pagaban dos pesos por alumno, pero vaya que hacía falta. Cualquier manguito nos venía bien",

Tocó con todos los maestros y los grandes intérpretes de su época. Hizo teatro y se paseó por todos los escenarios. Era lo mismo presentarse ante el público más ilustre de la ciudad o en medio de una tertulia de jubilados. Ella y su piano fueron un dúo inseparable, aunque también se animó con el acordeón.

De grande recibió merecidos homenajes. La cultura de Tandil tiene un capitulo con su nombre grabado a fuego. Por eso no extrañó cuando la eligieron entre las 10 mujeres pioneras de nuestra ciudad. "Fue una distinción muy linda. Me llegó por sorpresa y me hicieron emocionar. De las 10 mujeres yo soy la única que sigue viva. Otro día me llevaron para presentar un mural en el barrio de la estación. Cuando falte no me van a poder olvidar tan fácil", dice entre risas.

"Yo siempre le digo a mis hijos, a mis nietos y a mis amigos: Cuando me muera no quiero ver a nadie llorando. Quiero que cuenten cuentos, a mí siempre me gustaron los cuentos verdes. Así quiero que me recuerden. A veces les cuento cuentos a los viejitos de acá adentro y las enfermeras me retan. Pero es lindo, no sabes cómo se ríen los viejitos", avisa, cómplice.

Antes de terminar la entrevista trae el órgano y lo pone en la mesa. Sus compañeros la siguen con la mirada. "Hace poco me di cuenta que se me van ciertos tonos en la mano izquierda. Debe ser la edad, pero lo llevo bien, mirá como me piden que toque música", celebra.

Atrás todos la miran. Es la artista de la residencia. Una mujer feliz y agradecida de la vida. 


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