PERSONAJES DE LA CIUDAD - EDICIÓN PAPEL
11/01/2020
Carlos Gastaldi es nuestro personaje de la semana. Un promotor y laburante de la cultura que nos acaba de dejar. A 50 años de fundar Don Quijote, una de las librerías más tradicionales del pueblo, repasamos su historia donde contó anécdotas e historias del pago chico. Un merecido homenaje para un vecino inquieto y comprometido con su gente.
por
Mauro Carlucho
Nació en el año 1946, en el fondo de la recordada florería
Rosmary, ubicada en Rodríguez al 700. Sus padres eran los propietarios del
comercio y tenían una casa ubicada en el fondo de manzana. Por aquella época
era usual que las parteras visiten las casas para traer los chicos al mundo.
Más allá de ser un tandilense de pura cepa, podríamos
agregar que el centro serrano fue su lugar en el mundo. Vivió, trabajó y vive
en pleno centro comercial de la ciudad. Allí lo trajo la cigüeña y dejó su
marca.
La primaria la hizo en la Escuela Número 1, su infancia pasó
sin sobresaltos, como cualquier chico de clase trabajadora en aquel Tandil de mediados
de siglo. Los problemas llegaron cuando ingresó en la adolescencia.
Había comenzado la secundaria en la Escuela Normal cuando
falleció su padre. La prematura perdida lo descolocó. Se puso rebelde y no
quería saber nada con seguir estudiando. Su madre se hizo eco de la existencia
de un colegio para pupilos en Azul y buscó un cambio para su vida. "Con los
curas va a encauzar su camino", pensó la madre preocupada.
Lo cierto es que el cambio le vino bien a Carlos. El año que
estuvo en la ciudad vecina quedó como uno de los alumnos más destacados de su
aula. Y eso que tenía compañeros que luego fueron reconocidos sacerdotes y
hasta alguno llegó a Monseñor.
"Era como una cárcel,
terrible. Pero también era bastante común para la época. Acá en Tandil no sobraban
las vacantes en las escuelas y yo a Normal no volvía ni loco. Al final me fue
bien con los estudios en Azul, si no tenía otra cosa que hacer. Estudiaba y
agarraba los libros, nada más", comentó Gastaldi a ElDiariodeTandil, hace
unos años atrás.
De vuelta en el pago, pudo terminar la secundaria y volvió a
armar las valijas para irse a estudiar abogacía. No fue una época que recuerde
con mucha alegría. No había pasado mucho tiempo de la partida de su padre y
tuvo que afrontar el fallecimiento de su madre. Ambos se fueron muy jóvenes
pero dejaron un gran recuerdo en sus hijos.
"Estábamos a fines de
la década del 60 y yo estaba en La Plata bastante mal económicamente. Encima tuve
ese golpe por la pérdida de mi madre. Un día iba a la casa de una novia que vivía
por calle Chacabuco y me crucé un local vacío en Yrigoyen 1096, no sé qué se me pasó por la cabeza pero
dije: 'Acá voy a poner un negocio'. A los pocos días empezó una nueva historia.
Siempre me habían gustado los libros, el primer flechazo lo tuve con Sandokan,
me gustaba leer. Recuerdo que para empezar con el negocio le compré los libros
usados que tenía Edith Montani. Hay una anécdota muy linda de ese tiempo,
porque ella sacó un crédito y yo lo fui pagando con el trabajo. Así empecé esta
historia. Le debo mucho a los Montani, una familia muy reconocida en nuestra
ciudad", mencionó.
El emprendimiento fue un éxito casi de inmediato. "Yo no lo podía creer, pero al corto tiempo
la gente hacía cola para ir a comprar. Vendía manuales y libros usados que los
chicos usaban en la escuela", contó.
Sin embargo, este no fue el principal atributo de Gastaldi
dentro del rubro. Su principal cualidad era la de ser un gran gestor y promotor
de la literatura. "Hacía poco tiempo que
había abierto y mandé a hacer volantes de propaganda que decían: 'El boom de la
literatura latinoamericana está en Don Quijote'. Teníamos las obras de García
Marques, Vargas Llosa. Era una novedad para el momento y todo el mundo los
leía".
"Ahora de viejo
parece que me puse soberbio también, pero quien me va a decir algo a esta
altura. Fui un precursor en el marketing y en la promoción. Tenía ideas que
iban más allá de la época. Recuerdo que una vez nos llaman de una editorial de
Buenos Aires para hablarnos de una nueva herramienta de venta: el mail. Yo pedí
la palabra y les dije que hacía mucho que lo había implementado. Pero yo lo
hacía por correo, enviaba los catálogos y hasta llegue a hacer 30 mil revistas
con las promociones y las novedades de Don Quijote".
Nuestro personaje tuvo una gran vida social. Allí estaba el
secreto de su trabajo. De chico le gustaba organizar eventos y mantuvo esa
actitud hasta nuestros días. "Lo mío no
era solo vender libros, me gustaba gestionar cosas nuevas. Invitaba a los
escritores a venir a la librería, organizaba presentaciones. Recuerdo que la
primera vez fue al poco tiempo de abrir". En Tandil había una convención
muy importante con escritores renombrados de la época y él se animó a llevarlos
al diminuto local de calle Yrigoyen. "No
tenía ni sus libros, pero los pedí de urgencia a una distribuidora de Mar del
Plata y pude hacer mi primer evento en Don Quijote".
Ese afán por innovar y promover la lectura lo llevó a ser
uno de los impulsores que tuvo la feria del libro en nuestra ciudad junto a
Rubén Betbeder, Pedro Fuentes, Alicia Laco y otros referentes de los libros en
Tandil.
"Yo siempre quise una Feria cosmopolita, que
tenga autores de todo el país y figuras renombradas. Llegamos a traer plumas de mucho prestigio y
los que traía por mi cuenta no nos cobraban un peso. Yo iba a las editoriales a
pelearme y discutir, pero así traje mucha gente. Estaba al tanto que los
escritores tenían convenios con las editoriales y debían presentarse en este
tipo de eventos".
Don Quijote con el tiempo se mudó a calle Rodríguez, siempre
fue un punto importante para los lectores serranos. Ineludible a la hora
de ir a buscar el nuevo best seller o
ese clásico que nunca pasa de moda.
Otro de los "famosos" que pisaron la librería fue Osvaldo
Soriano. Con el gordo entabló una estrecha amistad. "Yo lo conocía de antes, pero cundo vuelve del exilio a Tandil, vino a
Don Quijote a presentar un libro. Me le acerco y lo quiero saludar. Él me frenó
en seco y me dijo: '¿Quién sos vos? Ahora que soy famoso todos me vienen a
saludar'. El gordo tenía esos arranques, era agrio como la puta madre. Pero era
un buen tipo. La última vez que estuvo acá me vino a ver a la librería y
salimos a tomar un café. Se nos hicieron como las 7 de la mañana y de repente
me pregunta: '¿Vos trabajas mañana, no?. Era así, vivía de noche y dormía de
día".
Desde hace un tiempo, aquejado por problemas de salud,
Gastaldi estaba alejado de la actividad. "No
puedo seguir haciendo cosas como antes. Me encantaba lo mío y ahora con este
andador no puedo hacer nada", protestaba ante el grabador del diario.
También dejó una gran imagen en la Cámara Empresaria donde ocupó el cargo de
vice presidente y fue el organizador de las tradicionales cenas camaristas.
"Me gustaba hacer de
todo y me metía en todos lados. Quizás por eso descuidé la librería. Pero la
verdad es que no deja plata. Todas las librerías tradicionales de Tandil terminaron
mal. La de Villar, Tupac Amaru, Don Quijote. La única sobreviviente es Alfa, y
después El Atril que vino más tarde. A veces pienso que fui un boludo, porque
hacía todo por los demás y nunca pude hacer un peso. ¿Viste que modesto que
soy?", se sinceraba.
Así nos despedimos. Todos en nuestra casa tenemos un libro
que pasó por sus estantes. Una figura ineludible dentro del sector comercial en
nuestra ciudad y un inquieto vecino que apostó por la cultura.
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