15/12/2018
Adela Brajús es una de las históricas propietarias del Bar Rocha, tradicional punto de encuentro para parroquianos y changarines en busca de empleo. Días atrás su rostro quedó inmortalizado en las paredes del barrio, por eso aprovechamos para visitarla, repasar su historia y recordar las viejas épocas del boliche.
por
Mauro Carlucho
La soledad, con el alcohol,
suelta un gorrión, que por el aire del alma se
va.
Con el alcohol, la soledad,
tibio gorrión que por el aire del alma voló.
Y otra vez vuelvo a buscar,
boliche viejo en tu ayer, lo que nunca volverá.
Los
Boliches de Alfredo Zitarrosa
Nació en Gualeguaychú, pero en el campo. Su
padre fue tocado por la dichosa fortuna y sacó dos premios grandes de la
Lotería Nacional. Con ese dinero compraron un "pedazo" de campo en "Rincón del
Gato", paraje ubicado en cercanías de la ciudad mencionada. Allí pusieron un
almacén de ramos generales, donde Adela hizo sus primeras armas como
"bolichera".
"Yo era
media salvaje porque andaba todo el día en el campo. Bicho que pasaba por el
rancho, bicho que cazábamos. Todos teníamos que ayudar en el campo y en el
negocio, las mujeres además nos encargábamos de las cosas de la casa. A mí me
gustaba cazar víboras. Después la colgaba desde los dientes y le sacaba la
piel. Así asustaba a mis amigas que venían a casa. Un día mi padre se enojó y
me prohibió seguir con eso. Pero al poco tiempo se me cruzó una por el campo y
me ganó la tentación. Después de pegarle la voy a tomar con la mano y con un
acto reflejo, la serpiente muerta se me enredó en el brazo. La sensación de la
piel fría sobre el brazo me heló la sangre. Todavía recuerdo aquella sensación
y me da escalofríos. Nunca más maté una", contó su
anécdota al DiarioDeTandil sin ponerse colorada. Hoy puede provocar rechazo
este tipo de situaciones, pero son por lo demás cotidianas en el ámbito rural.
Adela se casó luego con Luis Seva, "un hombre de pantalones a raya. No usaba
bombacha, como en el campo", aclara Araceli, la hija de ambos.
El hombre venía de recorrer el país con la
policía de frontera y decidió quedarse para formar una familia con Adela.
Primero probaron suerte en Gualeguaychú, luego se mudaron al Gran Buenos Aires
ante la promesa de grandes fábricas y finalmente terminaron en Tandil por una
propuesta de Tandilfer.
Corría la segunda mitad de la década del 60 y
el matrimonio compró un humilde terreno en Villa Laza, ubicado sobre una loma y
con una construcción de planchones.
"Los
primeros dos inviernos creí que nos íbamos a morir de frío. Llegamos con tres
hijos y de ventanas usábamos unos tabiques de madera. Nosotros veníamos del
calor, acá el clima era otra cosa", dijo sonriente
Adela.
Luis Seva trabajó hasta el año 1971 en
Tandilfer, después con la indemnización compró la llave del bar "El Coloradito",
que estaba en Mitre 262, entre 14 de Julio y San Lorenzo. Allí estuvieron dos años apenas, hasta que
surgió la posibilidad del Rocha o la parrilla San José, ubicada en la subida
del Calvario.
Viendo lo que trabajaba el Rocha, y el
constante flujo de gente en la zona, se decidieron por el boliche de Machado y
Além.
La familia Seva le compró la llave a Luisa
Alonso, que le había puesto Rocha por el apellido de su marido. Pero tampoco
fueron los primeros bolicheros que trabajaron en esa esquina. Según datos que
constan en los archivos históricos de la municipalidad, hay registros desde el
año 1947 en este inmueble.
El bar mantiene la magia de aquel tiempo.
Adela se encargó de que allí dentro no transcurra el tiempo.
"Este
cuadro que está allí", dice apuntando a una pared, "es una promesa que le hicimos a la señora
de Alonso. Fue un regalo de su hija fallecida (trágicamente) y nos pidió
encarecidamente antes de vender que nunca lo toquemos", cuenta Adela. Se
produce un silencio. Miramos el cuadro y nos quedamos detenidos unos segundos
interminables.
"Usted
no se imagina como trabajábamos en aquel tiempo. Hacíamos un turno cada uno con
mi marido. Abríamos a las 6 de la mañana y cerrábamos la persiana cuando nos
cansábamos. A veces quedaban las puertas abiertas, sin llave. Cuando uno estaba
de encargado, el otro no podía cruzar el mostrador",
dijo. El bar era parada obligada de changarínes y trabajadores jornaleros.
"Acá al
lado había una cerealera importante que cortaba lino. Por eso siempre hubo ese
olor característico. Pero nuestros clientes eran la mano de obra para paperos,
gente del campo o para bajar bolsas. Los santiagueños venían a la mañana y al
rato pasaban a buscarlos en las camionetas y de acá se iban a la chacra. El
viernes a la tarde los traían de nuevo. En un tiempo había que pedir permiso
para entrar y permiso para salir. Lleno de pared a pared", recuerda Adela, que supo ganarse el respeto de hombres muy rudos.
"Nunca
tuve miedo. O por lo menos, no traté de demostrarlo. Yo soy muy respetuosa y exijo
lo mismo. Más de una vez tuve que pararle el carro a alguno. Y ojo que nadie salte
a defenderme, eh. Porque yo tengo que arreglármelas sola. En caso de que luego
necesite ayuda, la voy a pedir. Pero yo soy la autoridad en este lugar", remarca en tono serio.
La charla se hace interminable en esta tarde
de otoño en primavera. Tomamos mate de la casa, con limón y cedrón, al tanto
que empiezan a llegar los primeros tertulianos.
Luis falleció en el año 1983 y Adela siguió en
solitario. Con la misma responsabilidad de siempre. Eran los últimos años de
esplendor del Rocha. Para ese entonces los paperos de la zona comenzaron a
traer directamente la mano de obra, sin tener que salir a buscar los recursos
en cada jornada.
Unos años antes de morir él quiso vender la
propiedad, pero Adela se puso firme. Tenía su casa y una entrada de dinero.
Poco o mucha, pero estaba.
"Cuando
ella quedó sola se hizo respetar más aún. Le marco la cancha a tontos y vivos.
Ella era la patrona desde atrás del mostrador", cuenta su hija. Hay otra historia que la
pinta de cuerpo entero. En el Bar siempre dio para el truco y la baraja. Hay
unos parroquianos que lo siguen haciendo cada tanto. Estas parejas (desparejas)
se peleaban mucho y obviamente jugaban por la copa. Un día les advirtió que
estaban levantando demasiado los ánimos. Pero la euforia hizo que olvidaran el
correctivo de Adela. Al segundo foco de discusión que hubo en el partido, saltó
el mostrador y tomó el mazo de cartas suspendiendo definitivamente la
contienda. Desde ese día el truco volvió a habilitarse en el Bar Rocha, pero
solamente de manera amistosa. No puede haber apuestas ni peleas. Esas son las
reglas.
"Hoy
tenemos una decena de clientes y amigos tradicionales, mas alguno que cae
perdido. Se mantiene porque es su vida. Se paga todo y se hace el horario
legal. Los parroquianos le piden la copa de la mañana, pero ella respeta la
regla provincial de abrir a las 10 en punto. Desde que falta papá pusimos la
política de 0 fiado. Trago que se sirve, trago que se paga. Adela no está para
renegar siguiendo a morosos y descuidados", agrega su
hija que sigue atenta la entrevista.
La figura de esta mujer se impuso con el
tiempo. El Boliche dejó de ser de "Rocha" para transformarse en el "Bar de
Adela". Ella misma cuenta que "nunca
pensamos en cambiarle el nombre porque llegaban los santiagueños y lo primero
que preguntaban era donde queda lo de Rocha". Su hija agrega que "Todavía vuelven algunos changarines cada
tanto y se les caen las lágrimas. De repente se les aparece Adela con 90 años y
se les caen las medias. Literalmente. Hay también historias de ex colimbas que
venían a comer y a tomar una copa. Teniendo plata, o no, ellos los atendían y
les daban de comer. Ese era el espíritu del bar. En toda esta zona había
pensiones y conventillos".
Los años modernos trajeron otras tendencias,
los bares de antaño quedaron atascados o sobreviviendo el paso del tiempo.
Adela no se resigna: "Yo voy a estar acá
hasta que el esqueleto aguante. Voy a morir viviendo", dijo con seguridad.
Con problemas de audición y los achaques de la
edad, Adela sigue firme tras el mostrador. Su autoridad no se discute y su
historia es un encanto.
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