01/12/2018
Rubén Omar Martínez fue un constante animador de las diferentes pruebas atléticas de Tandil y la zona, también es un hombre profundamente arraigado al ciclismo. Primero compitiendo en pruebas de ruta y mountain bike, pero también como coordinador de grupos de aventura y como bicicletero, oficio que comenzó hace 20 años y todavía lo lleva adelante con mucha pasión.
por
Mauro Carlucho
Este tandilense de 62 años siempre cultivó un
perfil muy bajo. Desde hace dos décadas es el bicicletero del barrio, ubicado
en la zona de las calle O'higgins y Brandsen. Pero también hay otra historia
para contar.
La historia de una laburante que nunca
abandonó el deporte. Hijo de un albañil con historia de ciclista y una madre
ama de casa.
"En
Tandil viví por todos lados. Nací en una casa de Montiel y Uriburu, en el
Barrio de la Estación, pero cuando era un niño nos fuimos a Villa Aguirre, más
puntualmente a Rosales y Aeronáutica Argentina. En casa éramos 5 hermanos y
pasamos por todas. La historia cuenta que mi padre quería dejarle su bicicleta
de carrera al hijo mayor, pero tuvo que venderla en un momento de malaria", le contó Martínez a ElDiarioDeTandil.
Rubén o "el paisano", como le dicen los
amigos, salió a trabajar desde muy chico. Apenas salía de la Escuela 47 se iba
a ayudar a su padre en alguna obra de construcción. A partir de los 11 comenzó
a trabajar en el taller de "finito"
Pedersen, lavando piezas y ayudando en lo que se podía. Este taller fue
toda una escuela en la vida de Martínez.
"Ahí
encontré que me gustaban los autos, los motores, el deporte con ruido, como le
dicen. Así de corajudo llegué a correr en karting y hasta en cafeteras con
Pedersen", agregó el Personaje de la Semana.
"Después
uno se empieza a hacer más grande y quiere progresar. Empieza a buscar el
mango. Así me fui a trabajar a Metalúrgica Tandil en el área de mantenimiento.
Llegar ahí era lo máximo. Tenía miles de empleados y yo estaba chocho entre los
fierros, arreglando cosas", mencionó sobre su paso en
MT, que duró varios años.
"Como
te decía antes, yo iba atrás del mango. Por eso pasé por muchos trabajos. Después
mi viejo hacia ladrillos para Loimar y me fui a trabajar con ellos. Para ese
entonces ya me había casado con María Inés y habían nacido mis dos primeros
hijos", relató.
Con la responsabilidad de llevar adelante una
familia, se fue al campo para trabajar de tractorista y más tarde se hicieron
cargo de un tambo mecánico. "Esa última
experiencia fue distinto a todo. Un trabajo totalmente insalubre. No tenés
feriados, fin de semana, nada. Creo que
estuvimos dos años, hasta que un fin de semana nos cansamos y nos volvimos de
nuevo para la ciudad. Ahí por suerte mi señora consiguió empleo en Entel y yo
agarré en la cantera Montecristo. Después a través de mi cuñado pasé a Mirasur.
En los momentos libres ya me había largado a hacer changuitas como gas o
plomería. Limpiaba calefactores y termo tanques. Yo digo que eran tiempos diferentes. Siempre hubo momentos de
inestabilidad pero había mucho trabajo. Yo sabía hacer muchas cosas y siempre
algo encontraba. Pero para ese momento me empecé a renegar de trabajar bajo
patrón. Así fue que un día me cansé y le dije a mi señora que el lunes abría un
taller de bicicletas en la casa", recordó sobre su trayectoria laboral.
Nunca había trabajado en una bicicletería,
pero para ese entonces era un reconocido ciclista de la ciudad con experiencia
en duatlón y triatlón.
"Evidentemente
traía algo en la sangre, quizás por mi viejo. Pero siempre me gustó el deporte.
Cada vez que llegaba a casa después de trabajar, enseguida me ponía las
zapatillas para salir o correr o agarraba la bicicleta. Mi familia es testigo
de esto que cuento, mis 4 hijos mamaron eso de chicos y por eso todos abrazaron
el deporte. Dos de ellos son profesores de gimnasia, pero todos tienen alguna
trayectoria en el deporte, son personas sanas", cuenta
emocionado, sobre un legado muy importante que les dejó a Walter, Diego,
Facundo y Enzo.
De fondo se escuchan los ruidos típicos de la
bicicletería. Las ruedas que giran, fierros, ese olor característico. Porque
las bicicleterías tienen un olor especial. Distinto a cualquier taller.
"Te
sigo contando. Yo hacía mucho que corría o solía a andar en bici. Entonces le
hacía todo yo. Arreglaba, cambiaba las piezas, lo que sea. Además me gustaba
hacerlo. Fue lo que se me ocurrió en ese momento. Voy a poner una bicicletería.
Empecé a buscar contactos y di con un tal Albino que vendía herramientas
específicas para este trabajo. Armé lo poco que tenía en una piecita del fondo
y puse un cartel en la vereda. Trabajo no me iba a faltar y la verdad que nunca
me faltó. Viene mucho obrero, laburante, viste. Pero también tengo la gente de
las Mountain Bike o los ciclistas que salen a la ruta. Yo arreglo de todo. Me
he ido actualizando. No me quedé solo con las viejas rodado 28, las de paseo,
esas finitas. Yo te hago frenos
hidráulicos, te puedo reparar gomas de moto, me doy mucha maña. Por eso digo
que nunca me faltó el trabajo. Al año de abrir nos mudamos a un salón en el
frente, que levantamos nosotros mismos", contó.
En lo de los Martínez todo es a pulmón. Como
si fuera una maratón. El propio Rubén levantó la casa con sus propias manos.
Ladrillo a ladrillo y metro a metro.
"Abrir
la bicicletería fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida. Acá me
siento feliz, tengo mis tiempos, mis horarios. Yo decido lo que quiero hacer.
Por eso digo que esto es lo último, no cambio más de trabajo. De acá me van a
llevar al cementerio", dijo riéndose.
Nuestro Personaje es uno de los pioneros en
armar grupos de mountain bike para salir a recorrer la zona. "Desde el año 1995 que estamos con eso.
Salimos a andar en la semana y los domingos cada tanto armamos una caravana,
donde vamos con la familia y conocemos lugares hermosos. Yo me encargo de
reunir la gente, de proponer rutas, es algo que me gusta. Pero siempre sin
fines de lucro. También hemos organizado viajes muy largos. Hasta el sur
argentino, unímos los dos océanos, de Mar del Plata hasta Chile. Esas
experiencias no me las olvido más.
Viajamos con un grupo de apoyo, con autos o combis de sostén. Muy lindo.
Hacíamos 200 km por día. Una experiencia hermosa", indicó sobre una pasión
que lo desborda.
Apagamos el grabador y enseguida suena la
cumbia en una vieja radio que habita en un rincón. El local está abarrotado de
cuadros, llantas y repuestos. Me quedo pensando en el olor a bicicletería.
¿Serán las gomas?, ¿el pegamento?, no me cierran las respuestas todavía.
"Todas
estas -dice señalando la larga fila de bicicletas- están para reparar o listas
para entregar. Siempre tengo mucho laburo. Pero hay que meterle. Yo estoy todos
los días y los sábados hago horario corrido. Antes, hasta abría los domingos,
pero es demasiado", piensa.
Con 62 años se siente pleno, "la verdad que me siento muy bien, no me veo
como un viejo y tengo muchas fuerzas para seguir", enfatizó.
Se le nota. Va y viene. Con energía. "Yo les aconsejo a todos que anden en
bicicleta, no solo que te vas a sentir mejor de lo físico, sino que ayuda mucho
a la cabeza y la mente. Cuando andas en bici por las sierras o caminos rurales,
la mente se despeja, se oxigena. Es un cable a tierra espectacular".
Ese es el secreto. Cuerpo, mente y corazón en
armonía. Martínez encontró su lugar frente a la placita de Lourdes. Sobre calle
O'higgins, la continuación de San Martín. Ahí lo conocen todos. Saben que si no
está adelante quizás haya que golpear las manos porque está atrás en la casa.
No hay apuros, ni presupuestos abultados. Es el bicicltero amigo, el del
barrio. Ese que está siempre y te da una mano.
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