4 de octubre de 2016
Rascar en tiempos remotos tuvo un significado romántico:
aludía al acto de besarse entre dos personas. Rascar era sinónimo de chapar,
otra perla del medioevo sentimental. Pero esa aplicación no se corresponde con
la etimología. La palabra deviene de rasicare, un derivado del latín rasus, que
también puede aplicarse como afeitar o raspar.
Sin embargo el término toma un giro imprevisto cuando el que
lleva adelante la acción no lo hace contra otro (rascar, por ejemplo, la
corteza de un árbol), sino contra sí mismo: rascarse, y no precisamente ante
una reacción alérgica. Allí la cuestión avanza hacia el territorio de la
ociosidad. De la dejadez. Del no hacerse cargo. Cuestión que puede perdonársele
a mucha gente, menos a un gobernante. De allí que el jefe comunal, oscilando
entre su pasión y el barquinazo retórico, estampó ante los presentes convocados
para repudiar los hechos de violencia del que son víctimas los menores, su ya
póstuma declaración en defensa propia: "No
agarré ser intendente para rascarme las bolas". La expresión quedó en
letras de molde, pero no así lo que la produjo. Fue la respuesta directa a uno
de los dichos de los manifestantes, quien a boca de jarro y dueño de un notable
reduccionismo le gritó: "Usted no hace
nada". No hacer, para Lunghi, rima con el insulto.
El acto catártico había reunido algo más de un centenar de
vecinos, convocados a través de las redes sociales, las cuales han adquirido un
protagonismo sobredimensionado frente a la realidad, luego de que se le
adjudicara, a Facebook precisamente, ser el autor de la llamada primavera
árabe, como si a Kadafy, por ejemplo, lo hubieran volteado un ejército de
trolls libios y no Obama y sus socios.
Lo cierto es que el énfasis declarativo alude a lo que
Lunghi durante 45 minutos había intentado decirle a la gente congregada a las
puertas del Palacio Municipal: que se había hecho cargo del problema, que había
creado una Secretaría de Seguridad con una inversión millonaria en tecnología y
recursos humanos, que se asiste en todo el país a un monumental quiebre
cultural y educativo de la sociedad, que cada quince días -eso no lo dijo pero
muchos lo saben- suele reunir a la plana mayor de la policía en su despacho
para hacerles saber, en términos coléricamente aproximados a los pronunciados
anoche, que no tolera que ningún funcionario, tampoco policial, se hurgue
tediosamente los genitales en horas de servicio. Y que es plenamente consciente
de los límites que impone la función: un intendente no puede cambiar la
legislación. Ni impedir la crisis cultural ni el cambio de paradigma: Lunghi,
en tanto arquetipo del siglo pasado, se crió en la atmósfera cultural de un
pueblo donde solía ocurrir que si un padre comprobaba que su hijo le robaba el
monedero a la vecina, era ese mismo padre quien llevaba a su hijo a la comisaría.
Hoy el escenario es infinitamente más complejo, tan es así que deparó un denso
contraclima entre el intendente y los manifestantes, dado que la mayoría eran
padres víctimas de violencia contra sus hijos, o sea padres que se hacían cargo
y le pedían a la máxima autoridad del pueblo que aporte seguridad desde el Estado
pero que además presione para avanzar
sobre el otro poder independiente de la República, el más controversial, tanto
que sus jueces no pagan ganancias, entre otras ventajitas: el Poder Judicial.
Más allá de esto, a Lunghi, como a tantos miles de tandilenses, esta novedad del
quiebre de valores ancestrales, atávicos, en el núcleo familiar lo desquicia. Y
también lo desquicia el otro quiebre, el social, a expensas del crecimiento de
un sector de máxima vulnerabilidad, con gente que está quedando en la lona,
como no podía ser de otra manera en un país donde una de cada tres personas es pobre.
Quienes conocen al intendente saben que de ninguna manera
está feliz con el exabrupto de anoche, pero en su fondo más remoto no lamenta
que lo haya traicionado su genética pasional y la respuesta a una provocación. Le
suele ocurrir en actos de máxima tensión, como pasó durante el lock-out de las
patronales transportistas y canteriles que paralizaron el centro de la ciudad
y, entre otras sutilezas, sus adláteres asaron un par de corderos a centímetros
del Monumento a los Desaparecidos. "Tengo
el culo lleno de humo", bramó aquella vez, en medio de la dantesca humareda
que habían creado los empresarios, enojados por con la que Ley de Paisaje
protegido se les terminaba el negocio de devastar nuestras sierras, el menos en
el perímetro de la Poligonal.
En el acto catártico de anoche hubo de todo: la mayoría eran
padres con toda razón muy preocupados ante hechos de violencia registrados por
un grupo de menores violentos contra sus hijos. También algunos vecinos
apegados a un discurso antisistema por lo cual suponen que el Estado -y los
políticos- son los responsables de todo lo que ocurre y no ocurre en la ciudad.
De igual modo se escucharon críticas con fundamento a la policía (les pidieron
que patrullen de noche) y a los funcionarios, y planteos formulados con
educación y altura. Así como el intendente dijo que no había llegado al cargo
para rascarse los genitales, urge también que alguna gente comience a rascarse
frenéticamente de su cabeza la urticaria de los prejuicios y los lugares
comunes.
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