EL CHACARERO
17/12/2017
Según investigadores de la FAUBA, en los próximos años van a convivir diferentes modelos de producción, con una baja en el uso de agroquímicos. Recomiendan aplicar principios ecológicos con un enfoque integral. Destacan el valor de las investigaciones participativas con el conjunto de la comunidad.
por
El Chacarero
Investigadores de la Facultad de Agronomía de
la (FAUBA) sostuvieron que en los próximos años llegará una "tercera revolución
de las Pampas" que trascenderá al modelo vigente, dominado por cultivos
transgénicos, agroquímicos y siembra directa. Si bien consideraron que este
tipo de producción permanecerá (aunque con prácticas más sustentables),
afirmaron que podría convivir con otros sistemas intermedios de menor uso de insumos,
orgánicos o agroecológicos.
La creciente demanda social ante el impacto
ambiental de los insumos agrícolas también es un tema de preocupación para los
docentes. Al respecto, coincidieron que la sociedad podría tener una mayor
participación en la toma de decisiones sobre la producción de alimentos. Como
ejemplo, citaron una investigación reciente mediante la cual se conformó una
red de monitoreo con técnicos del INTA y diferentes actores de la provincia de
Entre Ríos para medir el efecto del uso de glifosato sobre la calidad del agua.
Los investigadores de la FAUBA se refirieron a
estos temas durante una jornada organizada en esa unidad académica para debatir
sobre la producción agrícola extensiva y su impacto en la salud humana y el
ambiente, con la participación de investigadores de las facultades de Medicina
y de Farmacia y Bioquímica, ambas de la UBA.
Una
agricultura diversa
"Estamos en el final de la segunda revolución
de las Pampas y en la construcción de una tercera etapa", dijo Emilio Satorre,
profesor titular de la cátedra de Cerealicultura de la FAUBA, y agregó: "En
esta nueva etapa seguramente no va primar un enfoque exclusivamente
tecnológico, sino modelos de producción más integrados. No va a haber un único
modelo. Van a convivir muchos modelos".
Además, advirtió que en ese proceso "habrá que
incluir a la sociedad en las decisiones y aplicar los principios ecológicos
para hacer una agricultura entendiendo la naturaleza. Resulta imprescindible
aceptar que las soluciones efectivas requieren un enfoque integral y
multidisciplinario, y que las respuestas van a ser complejas".
"Cuando me recibí de agrónomo, a comienzos de
la década de 1980, los cultivos de cobertura y la rotación agrícolo-ganadera
eran corrientes. Mi generación se crió en una agricultura muy diversa. Después
vino un modelo que tendió a simplificar el proceso, en el cual se educaron los
más jóvenes. Ahora hay que romper ese modelo y construir una agricultura más
productiva y saludable; mucho más sustentable y amiga del medio ambiente".
Según Satorre, quien también es coordinador
académico de Investigación y Desarrollo del Movimiento CREA y miembro de la
Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, en la agricultura extensiva se
está comenzando a tomar conciencia sobre la demanda social cada vez más fuerte
por el efecto de las prácticas agronómicas: "Desde lo técnico-agronómico se
están cambiando las rotaciones, se está intensificando el uso de cultivos de
cobertura y se está reduciendo la cantidad de productos externos, a veces por la
posibilidad de bajar costos, otras veces por cuestiones productivas y, cada vez
más, por una preocupación social".
Si bien es un fenómeno incipiente, aseguró que
los establecimientos están demandando cada vez más información sobre buenas
prácticas y manejos racionales. "Hoy, muchos productores nos dicen que sólo
quieren usar insumos de banda verde, es decir, con bajos niveles de toxicidad.
Es una actitud que hay que felicitar", comentó.
Sin embargo, Satorre aclaró que, aunque el uso
de agroquímicos se expandió en gran parte por el proceso de agriculturización,
según datos de los grupos CREA, desde 2000, el uso de productos menos tóxicos y
la carga tóxica utilizada por unidad de producto disminuyeron notablemente. "En
1985, la toxicidad por kilogramo -es decir, la carga fitotóxica que llevaba
producir una unidad de alimento- alcanzaba cerca de 47 dosis letales efectivas
por kilogramo. Ahora estamos usando menos de 0,46. Significa que redujimos la
fitotoxicidad de nuestra capacidad de producción en casi 100 veces".
"En los próximos años, creo que va a bajar el
uso de productos fitosanitarios por unidad de superficie. Se seguirán
utilizando agroquímicos, pero de un modo más estratégico. Los productores van a
reducir las dosis y quizás terminen eliminando algunos productos. Se van a
consolidar insumos de menor nivel de toxicidad", dijo, y agregó: "Tenemos
muchas formas de intensificar y aumentar la producción a través de mejoras en
el uso del suelo, así como de incorporar productos biológicos y tecnologías mecánicas
basadas en sensores, la robótica y los satélites".
Investigación
participativa
Roberto Fernández Aldúncin, profesor asociado
de la Cátedra de Ecología de la FAUBA, hizo un llamado de atención para
distinguir los factores racionales de los emotivos que subyacen a la hora de
argumentar a favor o en contra del uso de agroquímicos en la agricultura y, de
hecho, en todo tema que superficialmente parezca ser sólo técnico. "Se puede
producir de otra manera, pero me niego a pensar en blanco o negro. No hay sólo
dos sistemas de producción posibles (transgénicos u orgánicos-agroecológicos).
Hay muchísimos más, ya existentes o posibles, y deben ser decididos dentro de
cada jurisdicción y ajustados localmente".
"Hay trabajos en ciencias sociales que
muestran cómo distintos grupos de interés pueden consensuar políticas de uso de
los recursos, aunque no estén de acuerdo en todo, pero sí a partir de algunos
aspectos básicos. Es un problema de construir confianza mutua, lo que se conoce
como capital social", aseguró Fernández Aldúncin, quien también es investigador
independiente del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y
Ecológicas vinculadas a la Agricultura (IFEVA).
En este sentido, mostró un ejemplo de
investigación participativa realizada en la provincia de Entre Ríos (publicada
en la edición de agosto 2017 de la revista RIA, del INTA), que permitió estimar
la concentración de glifosato en aguas superficiales y acordar prácticas
agronómicas de bajo impacto ambiental.
Lo más notorio del trabajo fue la metodología
empleada, porque para avanzar en la investigación se conformó una red de
monitoreo con 70 integrantes de la comunidad, quienes participaron en todas las
instancias, desde la selección de los 311 sitios de estudio hasta la toma de
las muestras. Además, se realizó un programa de sensibilización de
profesionales, productores y organismos interesados en conocer la calidad de
aguas, y un taller para acordar prácticas agronómicas de bajo impacto
ambiental.
"Desde el INTA convocaron a la ciudadanía para
consultarle qué datos necesitaban conocer, dónde querían que los tomaran y en
qué momento. Participaron ingenieros agrónomos y profesionales de los
laboratorios", dijo Fernández Alduncin, y celebró que la experiencia fue muy
útil para todos los involucrados: "Los que pensaban que no había ningún
problema, vieron que eso no era así. Los que pensaban que el problema era
terrible, vieron que no era para tanto, sino que dependía de qué, cuándo y
cuánto producto se aplicaba".
Fernández Aldúncin puntualizó que eligió este
ejemplo por ser nacional y reciente, pero que, en realidad, "forma parte de
toda una corriente de co-diseño de investigación que en las últimas décadas
está logrando contrarrestar la desconfianza frente a la ciencia y los expertos.
De esta manera se logra un doble flujo de información en el que no sólo los
datos científicos se transfieren en una atmósfera de transparencia y confianza,
sino que se co-produce conocimiento relevante, útil para la mejor definición y
solución de los problemas, sobre la base de las experiencias de todos los
actores involucrados.
"La inclusión de la carrera de Ciencias
Ambientales en la Facultad de Agronomía de la UBA respondió en parte al gran
debate que nos debemos como sociedad. Era algo necesario en el país", señaló, e
indicó que en su materia, Ecología, los estudiantes de ambas carreras
(Agronomía y Ciencias Ambientales) cursan juntos, lo cual permite una discusión
a la vez seria y apasionada sobre el tema, que enriquece a ambos grupos. Por
otra parte, destacó el rol de la UBA para educar a los consumidores, porque a
mediano plazo es la demanda de alimentos seguros y de calidad la que provoca
cambios en la producción.
Fuente:
Sobre la Tierra ( FAUBA)
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